¿Cómo pude escribir Fuera de cobertura en solo 15 días?
Desde su publicación, es una pregunta que muchos y muchas lectoras me han formulado.
La respuesta corta sería: inspiración súbita, urgencia creativa y un manuscrito olvidado que encontró su momento. Pero la historia completa es mucho más rica, y tiene que ver con cómo las ideas se gestan, se abandonan, y a veces, renacen en circunstancias inesperadas.
Hace tiempo, durante el confinamiento por la pandemia, escribí una obra de teatro que giraba en torno a dos personajes: Nil e Iris. Se conocían en circunstancias extraordinarias, encerrados en sus respectivos pisos, conectando a través de sus balcones, los silencios compartidos y las conversaciones digitales. Era una historia íntima, marcada por la soledad, la necesidad de contacto humano y la fragilidad emocional que todos experimentamos en esos meses.
Aunque tenía diálogos potentes y momentos de gran carga emocional, nunca logré darle una estructura sólida. Me faltaba una línea narrativa que cohesionara todo, un final que no se sintiera forzado. Así que, como ocurre con muchos proyectos creativos, lo guardé. Lo dejé reposar en una carpeta de mi Google Drive, esperando que algún día algo me hiciera volver a él.
Ese “algo” llegó de forma inesperada. Fue el día del apagón. Volvía a casa caminando, después de un caos generalizado: semáforos apagados, tiendas cerradas, redes caídas, y una sensación de desconcierto colectivo. Pero en medio de ese desorden, vi algo que me conmovió profundamente.
La gente estaba en la calle, hablando entre sí. Desconocidos compartían una radio portátil para escuchar noticias. Una heladería artesana, incapaz de conservar sus productos sin electricidad, regalaba helados a los transeúntes. Los parques se llenaban de familias, parejas, ancianos, todos disfrutando del momento, sin pantallas, sin prisas.
Fue como si el mundo se hubiera detenido, y en ese paréntesis, la humanidad (bueno, la parte que se concentraba en nuestro país) se hubiera reconectado consigo misma. Y entonces lo vi claro: ahí debía ubicarse la historia de Nil e Iris. No en el confinamiento, sino en un apagón total. Un colapso tecnológico que obligara a las personas a volver a lo esencial, a mirarse a los ojos, a hablar sin filtros.
A partir de ese momento, me sumergí en una intensa fase de documentación. Quería que el contexto del apagón fuera verosímil, que no pareciera una excusa narrativa sino una posibilidad real. Investigué sobre:
Fenómenos naturales que pueden afectar gravemente las redes eléctricas y de comunicación. Descubrí que una eyección de masa coronal del Sol podría, en teoría, dejar sin electricidad a medio planeta durante días o semanas.
(Photo credit: Tony Melony/Canva/Getty Images)
Leí informes sobre vulnerabilidades en infraestructuras críticas, cómo grupos organizados podrían sabotear sistemas energéticos, y qué protocolos existen para responder a estos eventos.
(Photo credit: LagartoFilms/Canva/Getty Images)
Exploré cómo la gente reacciona ante la incertidumbre, cómo surgen narrativas alternativas para explicar lo inexplicable, y cómo esas teorías pueden convertirse en parte del tejido social.
(Photo credit: MarekuliaszCanva/Getty Images)
Todo esto me permitió construir un mundo coherente, donde el apagón no era solo un telón de fondo, sino un catalizador de los encuentros, los conflictos y las revelaciones de los personajes.
Una vez tuve claro el nuevo marco narrativo, adaptar el texto original fue sorprendentemente sencillo. Gran parte de los diálogos ya estaban escritos, y seguían funcionando en este nuevo contexto. Lo que antes eran conversaciones por videollamada, ahora eran charlas cara a cara, con la tensión añadida de no saber qué estaba ocurriendo en el mundo.
Reescribí algunas escenas para incorporar elementos del apagón: la falta de luz, el silencio de las calles, la improvisación de la vida sin tecnología. Añadí personajes secundarios que representaban distintas reacciones ante la crisis: el paranoico que cree que todo es una conspiración, los vecinos que se reunen en improvisadas cenas, la gente que redescubre la radio analógica como su nuevo medio de asomarse al mundo.
Lo más difícil fue encontrar el tono adecuado. No quería que la obra fuera apocalíptica ni distópica. Quería que fuera humana, cálida, con momentos de humor y ternura. Que mostrara cómo, en medio del caos, pueden surgir conexiones auténticas.
Escribir Fuera de cobertura en 15 días no fue una hazaña de velocidad, sino de claridad. Cuando una idea encuentra su forma, todo fluye. Me levantaba cada mañana con las escenas que ya había escrito en otro contexto reubicadas en la nueva situación, diálogos que se escribían solos, situaciones que pedían ser contadas.
No hubo bloqueo creativo, porque ya tenía el material base. Fue más bien un trabajo de reordenar, pulir, y dejar que los personajes respiraran en su nuevo entorno. Al final de la segunda semana, tenía una versión completa, lista para ser leída en voz alta.
Fuera de cobertura no es solo una obra sobre un apagón. Es una historia sobre lo que ocurre cuando se apagan las pantallas y se encienden las miradas. Sobre cómo el silencio puede ser más elocuente que cualquier mensaje de texto. Sobre cómo, en la ausencia de tecnología, la humanidad encuentra nuevas formas de comunicarse.
Nil e Iris ya no son solo dos jóvenes que se conocen en circunstancias excepcionales. Son el reflejo de todos nosotros, buscando sentido en medio del desconcierto, encontrando belleza en lo inesperado.
A veces, las historias necesitan tiempo para madurar. Otras veces, necesitan una chispa externa que las encienda. En mi caso, fue el apagón. Un momento de desconexión que me permitió reconectar con una idea olvidada, y transformarla en algo vivo.
Escribir en 15 días fue posible porque llevaba mucho más tiempo gestando la historia. Porque el mundo me ofreció el escenario perfecto. Y porque, cuando la inspiración llega, hay que aprovecharla al máximo.
Gracias al apoyo de Libros Soñados, y su buen trabajo de corrección, fue posible un texto limpio y una portada en tiempo récord.
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