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miércoles, 8 de octubre de 2025

LA HIERBA ERA MÁS VERDE Y LA LUZ MÁS BRILLANTE

Primera parte: El otoño que no dolió del todo

La universidad no empezó como empiezan los sueños. No hubo fuegos artificiales ni promesas de futuro brillando en la frente. Empezó con una pérdida. Con una ausencia que se instaló en el pecho como una piedra tibia, que no quemaba, pero pesaba. Y con un amor que apenas había nacido y ya se había ido, como esas flores que se abren antes de tiempo y se marchitan sin haber conocido la primavera.

Era otoño. Las hojas caían en el campus como si supieran que yo también me estaba deshojando. Caminaba por los pasillos de la facultad con la mirada baja, como si el suelo pudiera ofrecerme respuestas que el cielo me negaba. No esperaba nada. No quería nada. Pero entonces ocurrió lo que ocurre en las buenas historias: algo inesperado. No me hundí. No me encerré. No me convertí en sombra. Hice lo contrario. Me abrí. Me rodeé de gente.

José fue el primero. Lo conocí en la secretaría de la facultad, hablamos en catalán, aunque ninguno de los dos veníamos de familias catalanoparlantes. Después vinieron Rafa, con su buen humor y su vozarrón, junto con Inma, la muchacha de grandes ojos verdes. Y luego les siguieron un trío inolvidable: Ana, Marta y Marga. Y muchos, muchos más. Sonia, María Jesús, Belén, Laura, Nandi, Ismael, Félix, Cristian, Elisabeth, Guillem y un buen puñado de estudiantes del programa Erasmus... Un grupo que no se formó por azar, sino por necesidad. Nos necesitábamos. Y nos encontramos.

Éramos una constelación de afectos. Un enjambre de risas, apuntes, cafés y confidencias. Nos unimos como se unen los náufragos: con urgencia, con ternura, con hambre de compañía. El intercambio de apuntes fue el primer ritual. Nos pasábamos hojas como quien pasa cartas de amor. Subrayados, esquemas, dibujos absurdos en los márgenes. Cada apunte era una forma de decir: “Estoy contigo. No estás solo”.

La cafetería se convirtió en nuestro templo. Allí reíamos como si el mundo fuera un chiste privado. Las clases compartidas eran más que clases: eran coreografías de miradas, susurros, notas jocosas y asignaciones en equipo. El cineclub nos enseñó que las películas no solo se ven: se viven, se discuten, se lloran o son para reír juntos. Las fiestas en la residencia universitaria eran explosiones de música, miradas cómplices y abrazos. Recuerdo también aquellas otras fiestas de pijamas en casa de Sonia, para Navidades, en las que el buen humor nos tenía hasta bien entrada la madrugada.

A veces estudiábamos juntos o en pequeños grupos. No por obligación, sino por complicidad. Nos sentábamos en círculo, rodeados de libros y apuntes. Si había silencio, este era dulce porque estaba lleno de presencia. Hacíamos pausas en el césped del campus. Lo llamábamos “fotosíntesis”. Nos tumbábamos al sol como plantas humanas, dejando que la luz nos curara las heridas invisibles y las inquietudes de aquella edad. A veces no hablábamos. A veces solo respirábamos juntos. Y eso bastaba.

Los cumpleaños eran celebraciones de la amistad. No importaba si había tarta o no. Lo importante era que estábamos ahí, que nos cantábamos los unos a los otros, que nos abrazábamos como si el tiempo fuera un regalo. Salíamos por Barcelona como quien explora un mapa emocional. El parque de atracciones de Montjuïc fue escenario de risas que aún resuenan en mi memoria. Las comidas en restaurantes (a veces en parques) eran banquetes de historias, de anécdotas, de confesiones.

Todo eso ocurrió. Todo eso fue real. Y sin saberlo, estaba viviendo mi época dorada.


Segunda parte: La órbita de los que se encuentran

Ella llegó tarde. No mucho. Apenas unos minutos. Pero fue suficiente para que el aire cambiara de densidad. Para que el murmullo de la clase se volviera un telón de fondo y su figura, al cruzar la puerta, se convirtiera en el centro de gravedad de mi universo.

No la conocía. O mejor dicho, no la había mirado de verdad hasta ese instante. Era una compañera más, una silueta entre muchas, una voz que a veces respondía en clase. Pero aquel día, al verla entrar con su melena rizada, la mirada gris-verdosa tras sus gafas, con la mochila colgando de un hombro y la respiración agitada, algo se quebró en mí. O se encendió. O ambas cosas.

No fue fácil. No hubo flechazo ni confesiones inmediatas. Éramos satélites distantes. Coincidíamos a veces en clase, en la cantina, en los pasillos. Nos saludábamos con cortesía, con esa mezcla de timidez y protocolo que tienen los jóvenes cuando aún no saben si están autorizados a desear. Pero nuestras órbitas, en lugar de alejarse, empezaron a acercarse. Lentamente. Como si el universo tuviera un plan que nosotros aún no comprendíamos.

Todo empezó con los apuntes, seguido de cortas conversaciones en los pasillos de la facultad. Luego vinieron los cafés en la cantina. Al principio eran casuales, compartidos con otros compañeros. Pero poco a poco se volvieron nuestros. Íntimos. Silenciosos. Llenos de miradas que decían más que las palabras.

Las llamadas de teléfono fueron el siguiente paso. Interminables. No hablábamos de nada y hablábamos de todo. De los profesores, de los exámenes, de nuestras familias, de nuestros miedos. A veces nos quedábamos en silencio, escuchando la respiración del otro al otro lado de la línea. Y ese silencio era más elocuente que cualquier discurso.

Lo que nos unió no fue la pasión inmediata, ni la urgencia del deseo. Fue algo más profundo. Un hambre de ser quien uno es sin tener que fingir nada. Con ella, no necesitaba parecer más inteligente ni más divertido. Podía ser yo. Con mis dudas, mis heridas, mis sueños torpes. Y ella también se mostraba sin disfraces. Nos desnudábamos emocionalmente, sin prisa, sin miedo.

Una tarde de otoño quedamos para pasear por Barcelona. Una ciudad cansada de lluvia y de borrasca durante toda una semana, pero el sol brilló para nosotros. Después del primer beso, supe que algo había cambiado. Que ya no éramos satélites. Que nuestras órbitas se habían fundido en una sola.

No todo fue fácil. Tuvimos dudas, silencios, momentos de distancia. Pero siempre volvíamos. Como si hubiera un hilo invisible que nos ataba, que nos llamaba, que nos recordaba que juntos éramos más que dos. Éramos un hogar en construcción.

Y ese hogar, con el tiempo, se volvió real. Casi treinta años después, todavía seguimos juntos. Hemos formado una familia. Hemos construido una vida con los ladrillos de aquellos días universitarios. Con los apuntes compartidos, los cafés, las llamadas, las risas, los silencios. Con la certeza de que el amor no siempre llega como un relámpago. A veces llega como una lluvia suave que empapa sin que uno se dé cuenta.

Ella sigue siendo la misma. Y yo también. Cambiados, sí. Madurados. Pero en el fondo, seguimos siendo aquellos dos estudiantes que se encontraron sin buscarse. Que se eligieron sin saberlo. Que se amaron sin promesas, pero con una fidelidad que ha resistido al tiempo.

Tercera parte: Un patrimonio

La vida, con su ritmo implacable, nos empuja hacia adelante. Nos llena de responsabilidades, de horarios, de compromisos que a veces parecen no dejar espacio para el recuerdo. Pero hay cosas que no se desgastan con el tiempo. Hay vínculos que, aunque se enfríen en la superficie, siguen ardiendo en lo profundo. Así son las amistades verdaderas. Así es el amor que nace en los días inciertos y se fortalece en los años compartidos.

Mis amigos de la facultad fueron más que compañeros de clase. Fueron abrigo en los días fríos, brújula en los momentos de confusión, espejo en el que pude reconocerme sin miedo. En aquella etapa en la que todo parecía tambalearse —la tristeza por una pérdida, el amor que no fue, la incertidumbre del futuro— ellos fueron mi patrimonio emocional. Me mantuvieron a salvo. No permitieron que naufragara. Me sostuvieron con risas, con presencia, con gestos pequeños que, vistos desde hoy, fueron enormes.

Nos unió la juventud, sí, pero también la necesidad de pertenecer. De encontrar en el otro un refugio. Compartimos apuntes, sí, pero también secretos. Celebramos cumpleaños, pero también derrotas. Hicimos “fotosíntesis” en el césped, pero también cultivamos raíces invisibles que aún hoy nos conectan. Cada salida por Barcelona, cada noche en la residencia universitaria y cada café en la cantina, fueron una piedra más en el puente que nos unió.

Hoy, la llama es menos viva. El contacto es esporádico. Las responsabilidades familiares y laborales han tejido una red que nos mantiene ocupados, a veces distantes. Pero el vínculo no se ha roto. No puede romperse. Porque está hecho de algo más fuerte que el tiempo: está hecho de memoria compartida, de afecto sincero, de complicidad que no necesita palabras.

Cada vez que pienso en lo que tuvimos, lo mantengo. Cada vez que uno de ellos aparece en una foto antigua, en una canción que escuchábamos, en una frase que solíamos repetir, algo se enciende. Y sé que, en algún rincón de su vida, también ocurre lo mismo. Somos parte del paisaje emocional del otro. Y eso no se pierde.

El amor, por su parte, ha sido el hilo que ha cosido todos estos años. Nació en la facultad, tímido, incierto, y se volvió hogar. Con ella, con aquella compañera que llegó tarde y me quitó el aliento, he construido una vida. Y cada día, al mirarla, recuerdo que el amor verdadero no es el que arde sin pausa, sino el que sabe mantenerse encendido incluso en la rutina y continuará en el tiempo, a través de nuestros hijos.

Cuando pienso en todo aquello —las risas en la cantina, las tardes de fotosíntesis, los apuntes compartidos, el amor que llegó tarde, pero se quedó para siempre— no puedo evitar que suene en mi memoria High Hopes de Pink Floyd. Aquella canción que parecía escrita para nosotros, para esa época dorada en la que “the grass was greener, the light was brighter”. Porque así fue: el césped del campus era más verde, la luz en nuestros rostros más brillante, y el futuro parecía una promesa infinita. Hoy, aunque la llama de la amistad arde con menos fuerza y el amor ha aprendido a habitar la rutina, sé que todo lo vivido permanece. Como en la canción, “the endless river” sigue fluyendo, y cada vez que cerramos los ojos y recordamos, volvemos a caminar por aquel sendero de altos sueños, sabiendo que lo mejor no fue lo que soñamos, sino lo que supimos construir juntos.

Las amistades y el amor son el verdadero patrimonio de nuestras vidas. No cotizan en bolsa, no se exhiben en vitrinas, pero son lo que nos sostiene cuando todo lo demás se tambalea. Y aunque el tiempo pase, aunque la llama se vuelva tenue, basta una chispa de recuerdo para saber que siguen ahí. Vivos. Nuestros. Eternos.


martes, 7 de octubre de 2025

RESEÑA - PESADILLAS REALES

 DE JAVIER ALONSO FRAILE

En Pesadillas reales, Javier Alonso Fraile nos sumerge en una historia intensa y envolvente que transita con soltura entre lo tangible y lo inexplicable. La novela sigue a dos jóvenes cuyas vidas, marcadas por la adversidad, se entrelazan en un encuentro que cambiará su destino. Lo que comienza como una amistad forjada en la necesidad, pronto se convierte en una travesía cargada de peligros, emociones extremas y fenómenos que desafían la lógica.

La narración se despliega con un ritmo ágil, casi cinematográfico, que mantiene al lector en vilo. Cada capítulo abre nuevas puertas a lo desconocido, y la tensión se dosifica con precisión para que la lectura nunca pierda fuerza. El autor juega con los límites de la percepción, haciendo que los sueños y las pesadillas se filtren en la realidad de los protagonistas, especialmente en la de Antonio, cuya lucha interna se convierte en el eje emocional de la trama.

Uno de los grandes aciertos de la novela es su capacidad para combinar acción trepidante con una atmósfera inquietante. La presencia de elementos paranormales no solo añade misterio, sino que también profundiza en los miedos y deseos de los personajes. La historia no se limita a entretener: plantea preguntas sobre la identidad, la supervivencia y la fragilidad de la mente cuando se enfrenta a lo inexplicable.

La construcción de los personajes es otro punto fuerte. No son héroes convencionales, sino jóvenes vulnerables que deben enfrentarse a una banda criminal, a sus propios traumas y a una realidad que se descompone. Sus reacciones, sus decisiones y sus vínculos están narrados con una sensibilidad que permite empatizar con ellos, incluso cuando sus actos rozan lo irracional.

La novela destaca por su capacidad de mantener al lector en un estado de alerta constante. Cada giro, cada revelación, cada escena onírica añade capas a una historia que nunca se acomoda. Es una lectura que se devora con ansia, pero que deja huella por su complejidad emocional y su atmósfera envolvente.

En definitiva, Pesadillas reales es una propuesta valiente y absorbente, ideal para quienes disfrutan de las narrativas que desafían la lógica y exploran los rincones más oscuros de la mente humana. Una novela que no solo se lee, sino que se vive.

49 VUELTAS AL SOL


Septiembre de 1988. Pol Ferrer, un joven apasionado por la lectura y la escritura, inicia su etapa de instituto, ignorando que se embarca en un viaje emocional de la mano de una enigmática compañera de clase que cambiará su vida por completo. Sin embargo, Erika no será su única guía en el camino de la vida, pues Pol también se cruzará con Sara, una tímida muchacha que le mostrará cómo capturar la belleza en el tiempo, y años después con Cristina, una extraordinaria y evasiva mujer que lo seducirá con su música.

Con una narrativa que entrelaza momentos de alegría y tristeza, 49 vueltas al sol es una reflexión profunda sobre el amor en sus múltiples formas. Nos invita a valorar esos lazos que, a pesar de las adversidades, permanecen firmes y nos transforman. 

Esta novela nos recuerda que el amor verdadero no solo perdura, sino que también evoluciona, enriqueciendo nuestras vidas de maneras inesperadas.

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domingo, 5 de octubre de 2025

RESEÑA - UN CHOCOLATE CON SABOR A NUBES

DE BELÉN FRANCO

Un chocolate con sabor a nubes es una deliciosa novela que combina romance, misterio histórico y una mirada íntima a los primeros amores. Belén Franco nos regala una historia envolvente, narrada con una prosa clara y fluida que atrapa desde la primera página y nos transporta a la mágica ciudad de Carcassonne, donde la protagonista, Elisa, inicia una nueva etapa de su vida.

Elisa, una joven española que viaja a Francia para aprender el idioma, se convierte en el eje de un triángulo amoroso que late con intensidad y ternura. Por un lado, está Gabriel, el chico rockero y espontáneo que despierta en ella una conexión inesperada. Por otro, Julien, misterioso y encantador, cuya historia personal está entrelazada con secretos del pasado. La autora construye este triángulo con sensibilidad, sin caer en clichés, y logra que cada relación tenga su propio ritmo y profundidad emocional.

Uno de los grandes aciertos de la novela es cómo Franco aborda la experiencia del extranjero. Elisa no solo se enfrenta a un idioma nuevo, sino también a una cultura distinta, a la soledad y al descubrimiento personal. Su mirada sobre Carcassonne, con sus calles medievales y su atmósfera cargada de historia, se convierte en un reflejo de su propio proceso de transformación.

El componente histórico añade una capa fascinante a la trama: el misterio de los cátaros y unas cartas desaparecidas que Julien encuentra, abren la puerta a una investigación que mezcla traiciones, secretos y revelaciones. Este hilo narrativo se entrelaza con el romance de forma orgánica, sin restarle protagonismo a las emociones juveniles, sino potenciándolas.

Franco demuestra una gran habilidad para retratar la complejidad de las primeras relaciones: los celos, las dudas, la intensidad de los sentimientos y la vulnerabilidad que conllevan. Las escenas románticas están escritas con una ternura que conmueve, sin caer en lo empalagoso, y con una autenticidad que hace que el lector se identifique fácilmente con los personajes.

En definitiva, Un chocolate con sabor a nubes es una novela que lo tiene todo: amor, misterio, crecimiento personal.

lunes, 29 de septiembre de 2025

RESEÑA - EL ENMASCARADO DEL ADARVE

 DE CARMEN HINOJAL

Confieso que, aunque ya conocía la obra de Carmen Hinojal, El enmascarado del Adarve me ha sorprendido gratamente por la madurez y la destreza narrativa que despliega. Desde las primeras páginas me vi arrastrado a una España de intrigas, espadas y secretos, en pleno reinado de los Reyes Católicos. La ambientación es tan vívida que casi podía oler la humedad de las callejuelas, sentir el peso de los ropajes y escuchar el eco de los pasos en los adarves.

Lo que más me ha fascinado es la sencillez con la que Hinojal construye su narración. No hay artificios innecesarios ni florituras que entorpezcan el ritmo. Al contrario, cada frase parece pensada para atrapar al lector y empujarlo a seguir leyendo. Los personajes se presentan con naturalidad, sin largas descripciones, pero con una fuerza que los hace memorables desde el primer momento.

La trama no da tregua. Hay misterio, conspiraciones, escenas de lucha que se leen con el corazón en vilo, y una presencia constante de la Santa Inquisición que añade un tono oscuro y amenazante. Me ha encantado cómo la autora entrelaza hechos históricos con la ficción, y la aparición de personajes reales como Fernando de Rojas aporta una dimensión adicional que enriquece el relato sin convertirlo en una lección de historia.

Cada capítulo parece diseñado para terminar en un punto de inflexión, lo que convierte la lectura en una experiencia casi compulsiva. Me he descubierto diciendo “solo una página más” y, sin darme cuenta, había avanzado otro capítulo. Es esa mezcla de acción, misterio y aventura lo que convierte esta novela en una lectura tan adictiva.

Y el final... ¿qué decir del final? Está perfectamente orquestado, con todos los hilos narrativos bien hilados y una resolución que no decepciona. No solo cierra la historia con elegancia, sino que deja una sensación de plenitud, como si todo hubiera encajado en su sitio.

En definitiva, El enmascarado del Adarve es una novela que recomendaría sin dudar. Carmen Hinojal ha creado una obra que combina emoción, historia y ritmo narrativo con una maestría que merece ser celebrada.


domingo, 28 de septiembre de 2025

RESEÑA - RECETAS CON RETÓRICA

Abrir Recetas con retórica es como entrar en una cocina perfumada por especias narrativas y aromas de pensamiento profundo. Anastasia Sopale Thompson nos recibe como una chef de las letras, desplegando ante nosotros un banquete compuesto por siete menús completos, cada uno maridado con tres historias que funcionan como platos principales, guarniciones emocionales y postres reflexivos. El resultado: 21 relatos que no solo alimentan el intelecto, sino que despiertan el paladar de la imaginación.

La estructura del libro es un festín cuidadosamente diseñado. Cada menú tiene su propia sazón temática: desde lo cotidiano servido con salsa de ironía, hasta lo filosófico cocido a fuego lento en caldos de introspección. La autora no teme mezclar ingredientes dispares—humor, melancolía, crítica social, ternura—y lo hace con la destreza de quien conoce bien su despensa emocional. Hay relatos que crujen como pan recién horneado, otros que se derriten como mantequilla sobre palabras cálidas.

La prosa de Thompson es una mezcla perfecta entre técnica y alma. Su pluma, poderosa y sabia, corta con precisión quirúrgica cuando hace falta, pero también sabe batir con suavidad cuando el texto requiere ligereza. Hay una elegancia en su estilo que recuerda a los grandes chefs: nunca sobrecarga, nunca subestima al lector-comensal. Cada frase está emplatada con intención, cada giro narrativo tiene su punto justo de cocción.

Lo más delicioso del libro es su capacidad para provocar hambre de reflexión. Algunas historias se sirven con una fina ironía que condimenta la lectura sin empalagar. Otras se presentan como platos de autor, donde lo importante no es solo el sabor, sino la experiencia estética completa. Thompson nos invita a sentarnos a su mesa, pero también a mirar dentro de nuestra propia alacena emocional.

Recetas con retórica no es solo un libro: es una experiencia gastronómico-literaria que se degusta con los cinco sentidos. Ideal para lectores que buscan algo más que alimento rápido; este es un menú de degustación para el alma, servido con inteligencia, belleza y una pizca de provocación.

Bon appétit, lector. Este festín merece repetirse.

sábado, 27 de septiembre de 2025

RESEÑA - ¿QUIÉN ME MATÓ?

POR MEL CUENCA

Mel Cuenca irrumpe con fuerza en el panorama literario con ¿Quién me mató?, una novela que se desliza con elegancia entre el romance y el thriller, y que confirma el talento narrativo de una autora que sabe cómo atrapar al lector desde la primera página. Su estilo, ágil pero cargado de matices, construye una atmósfera envolvente donde cada detalle cuenta y cada silencio pesa.

La historia gira en torno a Valeria, una mujer marcada por la pérdida y los secretos que envuelven su pasado. Desde su infancia en Cuenca hasta su vida adulta como chef en la finca de los De la Fuente, el relato se va desplegando como un puzle emocional y criminal. Cuenca no se limita a contar una historia: la disecciona, la esconde y la revela poco a poco, obligando al lector a cuestionar cada personaje, cada gesto, cada recuerdo.

Uno de los grandes aciertos de la novela es su elenco de personajes. No hay figuras planas ni estereotipos fáciles. Todos, desde los protagonistas hasta los secundarios, están construidos con claroscuros que los hacen profundamente humanos. Cristian y Marcus, los dos hombres que orbitan la vida de Valeria, no son simples intereses románticos: son piezas clave en un juego de lealtades, traiciones y verdades a medias. Mayelin, Patricia, Ted… cada uno aporta una capa de complejidad que enriquece la trama y pone al lector en constante jaque emocional.

La novela se adentra con maestría en los secretos de familia, en las heridas que se heredan y en las preguntas que nadie se atreve a formular. Cuenca sabe cómo dosificar la información, cómo sembrar la duda y cómo mantener la tensión sin caer en artificios. El ritmo es sostenido, pero nunca predecible. Y cuando el lector cree tener todas las piezas, llega un final que descoloca, sorprende y obliga a releer mentalmente cada capítulo.

¿Quién me mató? no es solo una novela de misterio. Es una exploración íntima del dolor, la identidad y la justicia. Mel Cuenca demuestra un dominio narrativo admirable, capaz de emocionar, inquietar y dejar huella. Una lectura imprescindible para quienes buscan algo más que una historia bien contada: una experiencia literaria que se queda resonando mucho después de cerrar el libro.

lunes, 22 de septiembre de 2025

ARTÍCULO

La precariedad del lenguaje en la comunicación “seria”

Vivimos en una época paradójica: jamás habíamos escrito tanto; sí, el lenguaje escrito ha invadido de manera extensa nuestras vidas cotidianas. Sin embargo, rara vez su calidad ha estado tan en entredicho. Correos electrónicos que parecen redactados con prisa por alguien que apenas domina la sintaxis; comunicados universitarios plagados de errores; publicaciones “serias” en redes sociales que mezclan solemnidad con una gramática rudimentaria; artículos de periódicos digitales que abusan de adjetivos grandilocuentes, pero descuidan la precisión léxica, la ortografía o la coherencia interna.

Resulta asombroso que, en ámbitos donde uno esperaría encontrar rigor, claridad y un respeto elemental por la lengua, lo que predomine sea una precariedad expresiva que oscila entre la pobreza estilística y el error flagrante. Este fenómeno merece una exploración detenida, porque no se trata de simples descuidos aislados: es el síntoma de transformaciones profundas en nuestra relación con la lengua y con la comunicación escrita.

En este artículo quiero reflexionar sobre esta precariedad del lenguaje, ilustrarla con ejemplos concretos, analizar sus causas múltiples y proponer algunas claves para comprender por qué, en tiempos de hipercomunicación, la calidad del discurso público ha entrado en un estado de franca decadencia.


I. El espectáculo de la pobreza lingüística en lo “serio”

Quien se detenga a leer con atención notará que incluso instituciones tradicionalmente guardianas del prestigio lingüístico han relajado sus estándares.

  1. Comunicados institucionales:
    Universidades y centros educativos difunden circulares en las que abunda el tono burocrático, con frases interminables, cargadas de sustantivos abstractos y gerundios mal empleados:

    “Con el fin de poder dar cumplimiento a la mejora continua en lo referente a las dinámicas de gestión académica, se estará procediendo a implementar los ajustes necesarios que permitan garantizar la eficiencia de los procesos.”
    La frase promete claridad pero acaba enredada en giros circulares que no dicen nada.

  2. Textos publicitarios de enseñanza de lenguas:
    Paradójicamente, muchas academias que prometen “excelencia comunicativa” en la enseñanza de idiomas se promocionan con mensajes mal redactados:

    “Con nosotros aprenderás inglés fácil y rápidamente, más rápido imposible, con la mejor profesorado cualificada.”
    El eslogan se contradice y exhibe errores de concordancia que desmienten la supuesta seriedad de la propuesta.

  3. Prensa digital:
    La velocidad con que se generan noticias en portales digitales propicia titulares plagados de redundancias, erratas o construcciones torpes:

    “Se procede a dar inicio al comienzo de las actividades previstas.”
    La inflación verbal, lejos de comunicar, adormece.

  4. Correos electrónicos corporativos:
    En el entorno empresarial proliferan mensajes que sacrifican la cortesía o la claridad en nombre de la rapidez. Ejemplos abundan:

    “Favor enviar documento hoy si posible.”
    Una fórmula telegráfica, seca, carente de matices.

Estos ejemplos muestran que la precariedad del lenguaje no es patrimonio exclusivo de la “escritura informal” (chats, mensajes instantáneos), sino que se infiltra en espacios donde debería primar la corrección.


II. Posibles causas de esta precariedad

El fenómeno no tiene una única explicación. Más bien, se alimenta de la confluencia de factores históricos, sociales, económicos y tecnológicos.

1. La prisa como norma de la comunicación contemporánea

Vivimos en la cultura de la inmediatez. La consigna es producir y difundir mensajes cuanto antes, incluso si ello sacrifica la calidad. La lógica de la red exige presencia constante: hay que publicar, actualizar, responder. En ese contexto, revisar la forma lingüística se percibe como un lujo innecesario.

El resultado: correos electrónicos redactados sin revisión, comunicados institucionales lanzados con errores ortográficos, publicaciones apresuradas que multiplican la precariedad expresiva.

2. La burocratización del lenguaje

En muchos ámbitos oficiales domina el lenguaje burocrático, cuyo objetivo no es comunicar con claridad sino aparentar formalidad. Se abusa de giros impersonales, perífrasis redundantes y tecnicismos vacíos. Así, donde bastaría con decir:

“Mañana se suspenderán las clases por mantenimiento eléctrico”,
se prefiere un barroquismo hueco:
“Se informa a la comunidad educativa que, debido a trabajos de mantenimiento eléctrico, se procederá a la suspensión temporal de las actividades académicas programadas.”

El exceso de fórmulas burocráticas genera un lenguaje inflado, precario en contenido.

3. La influencia del inglés global

La hegemonía del inglés como lengua de la ciencia, la tecnología y los negocios genera calcos sintácticos y léxicos en el español institucional. Expresiones como aplicar a una beca (calco de to apply for) o hacer sentido (de make sense) proliferan en comunicados académicos y empresariales.

Este trasplante, cuando se hace sin filtro, empobrece el idioma receptor, que pierde su riqueza propia para adoptar estructuras ajenas.

4. La formación deficiente en redacción

La enseñanza de la escritura en muchos sistemas educativos se ha reducido a la corrección ortográfica mínima, sin trabajar de forma profunda la argumentación, la claridad o la riqueza expresiva. Por eso, incluso profesionales con estudios avanzados carecen de destrezas sólidas para redactar un texto coherente y atractivo.

No sorprende entonces que correos, artículos o informes adopten fórmulas repetitivas, clichés y estructuras de manual.

5. La tiranía del algoritmo y la economía de la atención

En redes sociales y en prensa digital, los textos no se escriben para ser leídos detenidamente, sino para ser detectados por algoritmos y consumidos en segundos. De ahí titulares sensacionalistas, mensajes saturados de palabras clave, párrafos que sacrifican cohesión por impacto.

El lenguaje se precariza porque su función principal ya no es comunicar ideas complejas, sino capturar clics y retener la atención efímera de un lector fatigado.

6. La sobrevaloración de lo visual sobre lo verbal

El auge de la imagen (fotografía, vídeo, infografía, emoji) reduce el peso del lenguaje escrito. Muchos comunicadores creen que “el texto ya no importa tanto” porque lo esencial es el acompañamiento visual. Esto lleva a descuidar la precisión y la corrección de la palabra.

7. La cultura de la autoedición y la ausencia de correctores

En el pasado, periódicos, universidades y empresas contaban con correctores de estilo. Hoy esa figura se considera un gasto prescindible. El resultado: cada quien escribe y publica sin filtros, con las deficiencias propias de su formación y su prisa.

8. El maltrato de la puntuación

Otro síntoma revelador es el uso incorrecto de la puntuación. El punto y coma, por ejemplo, parece en vías de extinción. En los textos institucionales rara vez se encuentra, sustituido por comas interminables o por puntos que fragmentan la fluidez de la lectura.

La ausencia de este signo empobrece la prosa, pues el punto y coma permite matizar relaciones lógicas entre ideas, equilibrar frases largas o introducir un ritmo más natural. Su desaparición refleja, en parte, la falta de formación en redacción, pero también la tendencia general a simplificar y empobrecer la sintaxis.


III. Las consecuencias de esta precariedad

La precariedad del lenguaje no es un problema menor. Tiene efectos culturales, sociales y cognitivos de gran alcance:

  • Opacidad comunicativa: los textos se vuelven ininteligibles, llenos de fórmulas vacías que dificultan la comprensión.

  • Desprestigio institucional: una universidad que redacta mal sus comunicados erosiona su credibilidad.

  • Pobreza cognitiva: el lenguaje moldea el pensamiento; si el discurso es precario, también lo son las ideas que vehicula.

  • Desigualdad comunicativa: quienes dominan mejor la lengua se benefician frente a quienes solo reciben mensajes ambiguos y mal construidos.


IV. ¿Es realmente nueva esta precariedad?

Conviene matizar: la pobreza lingüística en documentos oficiales no es un fenómeno exclusivo de la era digital. La tradición burocrática lleva siglos cultivando un lenguaje oscuro y redundante. Sin embargo, lo novedoso es la combinación de esa tradición con la prisa contemporánea, la presión del algoritmo y la expansión masiva de la escritura digital.

Lo que antes quedaba restringido a circulares internas ahora se multiplica en correos, publicaciones y artículos que circulan globalmente. La precariedad se hace más visible y más influyente.


V. Hacia una reflexión crítica

Frente a este panorama, cabe preguntarse: ¿es posible revertir la precariedad del lenguaje? Algunas claves pueden orientarnos:

  1. Revalorizar la escritura en la formación académica: no basta con enseñar ortografía; es preciso cultivar la argumentación, la claridad y la precisión.

  2. Recuperar el oficio del corrector de estilo: las instituciones serias deberían volver a considerar la revisión lingüística como una inversión, no como un gasto.

  3. Desmitificar la burocracia verbal: enseñar a redactar con sencillez y precisión, desterrando el falso prestigio de la frase larga e incomprensible.

  4. Conciliar velocidad y rigor: la inmediatez no debería implicar descuido; revisar brevemente un texto antes de difundirlo puede marcar la diferencia.

  5. Promover una ética de la comunicación pública: toda institución tiene la responsabilidad de respetar a sus lectores con textos claros, correctos y cuidadosos.


Conclusión

El asombro que provoca la precariedad del lenguaje en documentos oficiales, publicaciones serias y correos electrónicos no es solo estético: es también ético y cultural. Nos revela hasta qué punto hemos normalizado la pobreza expresiva, aceptando que en los ámbitos más formales se comunique con torpeza, prisa y superficialidad.

Pero reconocer el problema es el primer paso para enfrentarlo. Si aspiramos a una sociedad que valore la claridad, la precisión y la riqueza del pensamiento, debemos empezar por cuidar el lenguaje en aquellos espacios donde debería ser ejemplar.

La lengua no es un adorno ni un simple vehículo: es la materia misma del pensamiento. Descuidarla equivale a renunciar a una parte esencial de nuestra capacidad de comprender y transformar el mundo.


lunes, 15 de septiembre de 2025

RESEÑA: REY DE CRISTAL

 DE ANTONIO J. AGUIRRE

La segunda novela protagonizada por el inspector Santana marca un salto cualitativo en la narrativa de Antonio J. Aguirre. Rey de Cristal es una obra que se adentra con firmeza en los terrenos más oscuros del thriller policial, ofreciendo una historia vibrante, compleja y profundamente adictiva. Desde sus primeras páginas, el lector se ve arrastrado por una investigación que va mucho más allá de la persecución de un asesino en serie: lo que está en juego es la estabilidad emocional del equipo, la integridad de sus miembros y la confrontación con un mal que parece tener raíces más profundas de lo que imaginaban.

La novela destaca por una estructura narrativa ágil y envolvente, que no deja espacio para el descanso. Cada capítulo introduce nuevas capas de tensión, y los acontecimientos se suceden con una cadencia que obliga a seguir leyendo. Santana, lejos de ser un simple detective, se enfrenta aquí a dilemas personales y profesionales que lo ponen contra las cuerdas. Su evolución como personaje es palpable, y se convierte en el eje emocional de una historia que no solo busca resolver crímenes, sino también explorar las grietas internas de quienes los investigan.

Uno de los grandes aciertos de esta entrega es la incorporación de Jorge Blanco, un nuevo miembro de la brigada cuya presencia altera la dinámica del grupo. Blanco es un personaje enigmático, con un pasado que se intuye complejo y una intuición que lo convierte en un investigador brillante. Su relación con el resto del equipo añade tensión y profundidad, y su papel en la trama es decisivo para desentrañar los secretos que se esconden tras los crímenes.

Los personajes que ya conocíamos de la novela anterior también muestran una evolución notable. Cada uno de ellos se enfrenta a sus propios conflictos, y sus decisiones tienen consecuencias reales en el desarrollo de la historia. Aguirre logra que el lector se involucre emocionalmente con ellos, lo que multiplica el impacto de los giros argumentales que, por cierto, están ejecutados con una precisión milimétrica. Nada es lo que parece, y cada revelación obliga a replantearse lo que se creía cierto.

La ambientación, aunque discreta, cumple con creces su función: crea una atmósfera inquietante, casi claustrofóbica, que refuerza el tono sombrío de la novela. El estilo narrativo es directo, sin artificios innecesarios, pero con una capacidad notable para generar imágenes potentes y transmitir emociones intensas.

Rey de Cristal es una novela que no solo cumple con las expectativas del género, sino que las supera. Es una obra sólida, inteligente y emocionante, que demuestra el talento de su autor para construir historias complejas y personajes memorables. Una lectura imprescindible para quienes disfrutan del suspense bien construido y de los relatos que saben mantener la tensión hasta la última página.

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ENTREVISTA A JOSÉ LUIS GUERRERO CARNICERO





RAÚL REYES: ¿Cómo te iniciaste en el mundo de la escritura?

JOSÉ LUIS GUERRERO: Siempre me sentí atraído por la idea de escribir, pero salvo algún que otro relato corto en mi juventud, no fue hasta hace unos seis años que me animé a participar en certámenes literarios con relatos y algún otro poema. Mi primera novela, titulada «Alter Ego» es del 2020.

R.R.: ¿Quiénes son tus principales influencias literarias y por qué?

J.L.G.: Escribo de todos los géneros, así que supongo que mis influencias son muy variadas. Siempre me han gustado los clásicos y nunca he dejado de leerlos, o releerlos cuando he leído todo de un autor, como en el caso de Edgar Allan Poe. También he leído mucha novela histórica.

R.R.: ¿Cómo describirías tu proceso creativo?

J.L.G.: Caótico. Un perfecto ejemplo sería mi antología «Rayos, truenos y centellas» El caos es un orden por descifrar. Eso decía Saramago y me encanta esa frase porque me identifico.

R.R.: ¿Tienes alguna rutina para escribir?

J.L.G.: No, salvo que consideremos como rutina que, cuando escribo novela o relatos largos, lo hago durante el día en el ordenador, pero cuando escribo relatos cortos, suelo hacerlo de madrugada, en el móvil y tumbado en la cama.

R.R.: ¿En qué te inspiras para crear tus historias?

J.L.G.: Pues... son tan variadas que cada una tendría diferente origen en cuanto a inspiración.

R.R.: ¿Qué libros has publicado hasta la fecha?

J.L.G.: Un total de dieciocho, entre novelas, cuentos, antología de relatos e incluso un poemario de décimas.








R.R.: ¿Cuál consideras que ha sido tu mayor reto como escritor?

J.L.G.: La novela histórica en general. Cuando digo esto, la gente suele pensar que es por la documentación, pero en realidad, la verdadera complicación está en pensar y sentir cómo lo hacían las personas de esa época.

R.R.: ¿Cómo te enfrentas a la página en blanco y a la falta de inspiración?

J.L.G.: Afortunadamente, no tengo compromisos editoriales (ni los quiero), así que me enfrento al problema dejando de escribir y volviendo cuando me lo piden las musas.

R.R.: ¿Tienes algún método para trabajar la trama y los personajes?

J.L.G.: No, algunas veces creo que los personajes van por libre. Yo propongo la trama, pero ellos acaban definiéndola según voy avanzando.

R.R.: ¿Cuál ha sido tu obra favorita hasta el momento y por qué?

J.L.G.: Supongo que «sueño letal» ha sido mi trabajo más redondo hasta el momento.

R.R.: ¿Prefieres escribir un primer borrador a mano o en tu ordenador?

J.L.G.: Ahora no escribo nada a mano. En mis inicios, cuando escribí algunos relatos, sí me gustaba hacerlo a mano. Ahora prefiero utilizar las notas del móvil

R.R.: ¿Qué consejos le darías a alguien que quiere empezar a escribir?

J.L.G.: Que confíe en él, que no tenga miedo al ridículo. Y, que si empieza, con el tiempo mejorará, pero si no lo hace, se arrepentirá algún día.

R.R.: ¿Qué piensas que hace a una buena historia?

J.L.G.: Depende del escritor, en algunos casos la perseverancia, pero esta no sirve de mucho si no hay unas condiciones innatas

R.R.: ¿Qué cambios has visto en la industria editorial en los últimos años?

J.L.G.: Obviamente, el gran cambio que lo ha revolucionario todo, y aún lo va a revolucionar más, es el tema digital

R.R.: ¿Cuál es tu opinión sobre los talleres de escritura y los cursos de escritura creativa?

J.L.G.: Yo no he ido nunca a ninguno. Supongo que serán muy útiles si quien los imparte es un buen profesional, pero me temo que, por la gran demanda, habrá de todo.

R.R.: ¿Qué opinas sobre el impacto de la tecnología en el mundo de la escritura y la lectura? ¿Has usado algún tipo de software para estilo, corrección y/o redacción? ¿Por qué?/¿Por qué no?

J.L.G.: Desde hace poco utilizo la IA para las correcciones ortotipográficas, pero no me parece honesto usarla para nada más en el mundo de la escritura creativa

R.R.: ¿Qué opinas sobre la autopublicación?

J.L.G.: Me parece muy positiva, en cuanto que te libera de las imposiciones editoriales. El problema es que hay de todo y... Bueno, ya me entendéis

R.R.: ¿Has tenido experiencia con editores y publicación con editorial? Cuéntame qué te ha parecido esta experiencia.

J.L.G.: Yo empecé muy tarde, como he contado antes, y no he tenido paciencia para intentar publicar con editoriales tradicionales. No me veo terminando una novela y esperando meses o años para verla publicada. Prefiero verla al día siguiente de tenerla terminada, aunque solo la lean unos cuantos.

R.R.: ¿Tienes futuros proyectos literarios de los que me puedas hablar? 

J.L.G.: Tengo como unas cinco novelas empezadas (aquí hay que volver a leer lo que opino de caos). El proyecto que más me ilusiona es una novela histórica que se desarrolla en 1212, después de la batalla de las Navas de Tolosa. Tengo unas 20.000 palabras escritas.




martes, 9 de septiembre de 2025

RESEÑA: SUEÑO LETAL - METEMPSICOSIS

 DE JOSÉ LUIS GUERRERO CARNICERO

Desde la primera página, Sueño Letal me atrapó con una propuesta tan original como inquietante: ¿y si los sueños fueran algo más que simples proyecciones del subconsciente? ¿Y si fueran el eco de una vida pasada, una puerta abierta a otra existencia? Esta novela explora con maestría el concepto de la metempsicosis —la transmigración del alma— y lo entrelaza con una trama de suspense que se despliega en dos líneas temporales perfectamente hiladas.

La protagonista, Bea, es una joven que vive atormentada por pesadillas que no solo la desvelan, sino que la sumergen en la vida de otra persona. Lo que comienza como una inquietud psicológica se convierte en una carrera contrarreloj para salvar su propia vida. La angustia que siente es tan vívida que, como lector, uno no puede evitar compartir su desasosiego. Entra entonces en escena Carlos, un psiquiatra con una mente abierta a lo inexplicable, y Efrén, un experto en reencarnación. Juntos forman un trío que busca respuestas en un terreno donde la ciencia y lo espiritual se rozan con delicadeza.

Lo que más me ha fascinado es cómo Guerrero Carnicero logra que el lector transite entre el presente y el pasado sin perder el hilo. La segunda línea narrativa nos lleva al Madrid de 1920, donde el inspector Néstor —un personaje que merece su propia saga— investiga una serie de crímenes con la ayuda de su asistente Andrés. La ambientación histórica está tan bien lograda que uno puede sentir el aroma del café en las tabernas, el crujir de los adoquines bajo los pasos del inspector, y el peso de una ciudad que empieza a modernizarse pero aún guarda secretos oscuros.

La conexión entre ambas historias es uno de los grandes aciertos de la novela. No se trata de un simple paralelismo, sino de una interdependencia narrativa que se va revelando poco a poco, con giros inesperados y momentos de auténtico vértigo. La prosa de Guerrero es directa, ágil, sin florituras innecesarias, pero con una capacidad notable para crear atmósferas. Cada capítulo deja con ganas de más, y el ritmo nunca decae.

Además, el autor consigue que los personajes secundarios tengan profundidad y propósito. Efrén, por ejemplo, no es solo un sabio en lo esotérico, sino un hombre con sus propias sombras. Y Néstor, con su mirada suspicaz y su método deductivo, se convierte en una figura que uno desea seguir con más casos.

Al cerrar el libro, me quedé con esa sensación que solo dejan las buenas historias: la de haber vivido algo intenso, misterioso y emocionalmente resonante. Felicito sinceramente a José Luis Guerrero por esta obra tan bien escrita y tan adictiva. Espero que el inspector Néstor regrese pronto, porque su mundo —y el de Bea— aún tienen mucho que contar. Una lectura que recomiendo sin reservas.

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domingo, 31 de agosto de 2025

RESEÑA: AMOR INFERNAL

DE LUCAS SICHEL

En Amor infernal, Lucas Sichel nos sumerge en una experiencia literaria que no da tregua. Desde el primer párrafo, el prólogo golpea con fuerza, dejando al lector en estado de alerta. Es un inicio que no busca seducir, sino sacudir, y lo logra con una crudeza que marca el tono de toda la novela. A partir de ahí, Sichel nos arrastra hacia atrás en el tiempo, en un flashback que nos presenta a Alejandro y Gabriela en su adolescencia, cuando la aparente inocencia aún no ha sido devorada por la oscuridad.

Lo que sigue es un descenso implacable hacia la locura. Alejandro, el protagonista, se convierte en el eje de una espiral de violencia, obsesión y destrucción. La historia no se limita a narrar crímenes: los disecciona, los expone sin filtros, y nos obliga a mirar de frente lo que muchos preferirían ignorar. Sichel no suaviza los bordes; su prosa es afilada, directa, y a veces incómoda, pero siempre efectiva. Cada escena está cargada de tensión, cada diálogo revela capas ocultas de dolor y desesperación.

A medida que Alejandro se hunde en sus propios demonios, el vínculo con Gabriela se vuelve cada vez más destructivo, arrastrando a ambos por un camino sin retorno. Sichel se adentra sin miedo en los rincones más oscuros de la psique humana, mostrando cómo el deseo puede mutar en una fuerza devastadora. No hay alivio ni consuelo en esta historia: solo una mirada cruda y descarnada a lo que ocurre cuando el amor se convierte en una prisión.

La ambientación, aunque secundaria frente al peso psicológico de los personajes, contribuye a crear una atmósfera opresiva. Hay algo casi cinematográfico en la manera en que Sichel construye sus escenas, como si cada capítulo fuera un plano secuencia que nos obliga a seguir mirando, incluso cuando quisiéramos apartar la vista.

Amor infernal no es una lectura cómoda, pero sí necesaria para quienes buscan una narrativa que desafíe, que incomode y que deje huella. Sichel demuestra que la literatura puede ser un espejo oscuro, pero también revelador. Esta novela es un viaje al infierno íntimo de sus personajes, y una invitación a explorar los rincones más perturbadores del alma humana.

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viernes, 29 de agosto de 2025

RESEÑA: PELIGRO, ¡LOCAS A BORDO!

 DE ELISABETH GILMORE

Acabo de terminar Peligro, ¡locas a BORDO! y todavía estoy sonriendo. ¡Qué viaje tan divertido y lleno de energía! Desde la primera página me sentí parte del grupo, como si yo también estuviera en ese crucero con Estrella y sus amigas, riendo, bailando y reflexionando sobre la vida. Es una novela que celebra la amistad femenina con una frescura que me encantó.

La historia gira en torno a Estrella, una mujer que está a punto de casarse con un hombre que, sinceramente, no parece hacerla feliz. Sus amigas, un grupo variopinto y entrañable, deciden llevarla de despedida de soltera en un crucero por el Mediterráneo. Pero lo que empieza como una escapada para celebrar, pronto se convierte en una aventura de autodescubrimiento, risas descontroladas y momentos que te hacen pensar.

Lo que más me gustó fue cómo cada personaje tiene su propia voz. No son simples acompañantes de la protagonista: todas tienen sus historias, sus heridas, sus locuras. Y juntas forman un grupo que, aunque caótico, transmite una fuerza increíble. Me reí muchísimo con sus ocurrencias, pero también me encantó leer sus confesiones y la forma en que se apoyan unas a otras.  

El estilo de escritura es ágil, directo y muy visual. Me imaginaba perfectamente cada escena: desde el tren rumbo a Barcelona hasta las noches de fiesta en el barco. Todo está contado con tanto cariño y humor que funciona de maravilla.

Más allá de la diversión, la novela también tiene profundidad. Me hizo pensar en cómo a veces tomamos decisiones por inercia, sin escucharnos de verdad. Estrella, en medio del caos, empieza a cuestionarse lo que realmente quiere, y ese proceso me pareció muy honesto.

En resumen, Peligro, ¡locas a BORDO! es una lectura que recomiendo con entusiasmo. Es una celebración de la vida, de la amistad y de la libertad personal, sin pedir permiso. Una novela que te abraza con risas y te deja el corazón contento.

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viernes, 15 de agosto de 2025

ENTREVISTA A ANTONIO J. AGUIRRE

RAÚL REYES: ¿Cómo te iniciaste en el mundo de la escritura?

ANTONIO J. AGUIRRE: Desde siempre la lectura ha sido uno de mis grandes hobbies, y la novela negra, mi territorio favorito. Crecí devorando historias de crímenes, giros inesperados y personajes llenos de matices. Con el tiempo, empecé a acumular mis propias ideas y tramas en la cabeza… pero claro, escribir es otra cosa. No basta con imaginarlo, hay que sentarse y darle forma. No me decidí a dar el paso hasta que sentí que estaba preparado para desarrollarlo como quería. Y cuando lo hice, descubrí que era mucho más que contar una historia: era construir un mundo en el que podía perderme… y arrastrar al lector conmigo.

R.R.: ¿Quiénes son tus principales influencias literarias y por qué?

A.J.: He crecido leyendo a grandes escritores del género como Lorenzo Silva o John Verdon y, más recientemente, Carmen Mola. Me fascina cómo son capaces de construir no solo una trama, sino todo un mundo alrededor de sus novelas. Admiro especialmente a los que saben dar vida a personajes que transmiten, que te hacen sentir que podrías encontrártelos en la calle, con sus luces y sombras. Personajes con los que te identificas y que te arrastran sin remedio dentro de la historia. Ese es el tipo de literatura que me engancha como lector… y la que intento ofrecer como escritor: que empieces una página y, sin darte cuenta, ya no quieras soltar el libro.

R.R.: ¿Cómo describirías tu proceso creativo?

A.J.: Mi proceso creativo empieza con una chispa: puede ser una imagen, una frase, una noticia… algo que se me queda rondando en la cabeza y empieza a crecer. A partir de ahí, voy armando el esqueleto de la trama, definiendo a los personajes y sus motivaciones. Me gusta tener claro hacia dónde voy, pero no tanto el camino exacto: dejo espacio para que la historia me sorprenda y para que los personajes tomen decisiones que, a veces, ni yo mismo esperaba. También hay mucha documentación detrás, sobre todo en lo policial. Me gusta que el lector sienta que lo que lee podría pasar perfectamente. Y luego, claro, está la parte menos romántica: muchas horas, revisiones y cafés. Porque las buenas ideas son el punto de partida, pero lo que las convierte en novela es sentarse a escribir… incluso en esos días en que las musas parecen estar de vacaciones.

R.R.: ¿Tienes alguna rutina para escribir?

A.J.: Trato de escribir cuando hay más tranquilidad en casa, normalmente cuando todos duermen y el silencio se convierte en mi mejor aliado. Aunque, a veces, una idea llega sin avisar y no te queda otra que salir corriendo a escribirla antes de que se escape. Mi única gran rutina es prepararme un café y sentarme con la mente despejada, sin que nada de mi vida personal interfiera en la historia. Necesito estar al cien por cien dentro de lo que escribo, como si durante esas horas el mundo real quedara en pausa y solo existiera el de mis personajes.

R.R.: ¿En qué te inspiras para crear tus historias?

A.J.: Me inspiro en la vida real, en los problemas que nos rodean y que, demasiadas veces, no se afrontan como deberían. La realidad es una mina inagotable para la novela negra. Busco historias que, además de entretener, inviten al lector a reflexionar sobre nuestra sociedad: la justicia, las segundas oportunidades, los errores que marcan vidas. Creo que la ficción tiene la capacidad de poner un espejo delante y mostrar cosas que, en el día a día, preferimos no mirar… y esa es la clase de historias que me interesa contar.

R.R.: ¿Qué libros has publicado hasta la fecha?

A.J.: Hasta ahora he publicado dos novelas que forman parte del universo del Inspector Santana. La primera es Caronte. Una vida por un peaje, con la que gané el Premio Subur Negre de novela policíaca. La segunda es Rey de Cristal, que continúa explorando el lado más oscuro y humano de mis personajes, con una trama marcada por el suspense y los giros. Ambas están disponibles en Amazon, en papel y en digital, y aunque se pueden leer de forma independiente, quien las lea seguidas descubrirá que hay un hilo invisible que las conecta… y que todavía tiene mucho que contar.

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R.R.: ¿Cuál consideras que ha sido tu mayor reto como escritor?

A.J.: Mi mayor reto ha sido superar el vértigo de la primera vez: sentarme a escribir una novela completa, sin saber si sería capaz de terminarla, y después tener el valor de mostrarla al mundo. Escribir no es solo juntar palabras, es exponer una parte de ti, con todo lo que eso implica. También ha sido un desafío mantenerme fiel a mi voz y a mis historias, sin dejarme llevar por lo que “se supone” que vende o está de moda. Y, por supuesto, encontrar el equilibrio entre la vida personal, el trabajo y esas horas de escritura que muchas veces le robas al sueño. Pero, al final, todo reto se convierte en aprendizaje… y en más ganas de seguir escribiendo.

R.R.: ¿Cómo te enfrentas a la página en blanco y a la falta de inspiración?

A.J.: La página en blanco puede ser intimidante, pero también es una invitación a empezar algo nuevo. Cuando la inspiración no aparece, no me quedo esperando a que se digne a venir: me siento igual, aunque sea para escribir un párrafo que después borre. A veces releo lo que ya tengo escrito, otras busco estímulos fuera: una noticia, una conversación, una canción… cualquier cosa que despierte una chispa. Y si nada funciona, me doy permiso para alejarme un rato. Porque he aprendido que la inspiración es como un gato: aparece cuando le da la gana… pero siempre te encuentra si sigues cerca.

R.R.: ¿Tienes algún método para trabajar la trama y los personajes?

A.J.: Más que un método cerrado, tengo una forma de entender las historias: me gusta que tanto la trama como los personajes respiren ambigüedad moral. En la vida real, nadie es completamente bueno o malo, y en mis novelas tampoco. Me interesa que el lector dude, que empatice incluso con quien no debería, y que sienta que la línea entre víctima y culpable a veces es más fina de lo que parece. Con los personajes busco una conexión auténtica: que se sientan reales, con problemas, contradicciones y miedos como podríamos tener cualquiera de nosotros. Y para lograrlo, necesito conocerlos bien antes de empezar a escribir… aunque siempre les dejo margen para sorprenderme por el camino.

R.R.: ¿Cuál ha sido tu obra favorita hasta el momento y por qué?

A.J.: Es difícil elegir, porque cada novela tiene algo especial y marca una etapa distinta para mí. Caronte. Una vida por un peaje fue mi primera publicación, la que me demostró que podía contar una historia larga y llegar a los lectores. Le tengo un cariño enorme por todo lo que significó y por abrirme las puertas de este camino. Pero Rey de Cristal me permitió crecer como escritor, arriesgar más con la estructura y profundizar en personajes que ya se habían ganado su sitio. Además, creo que es donde mejor he logrado esa mezcla de suspense, emoción y ambigüedad moral que tanto me gusta trabajar. Así que, si tengo que quedarme con una… diría que Rey de Cristal es la que más se acerca al escritor que quiero ser, aunque Caronte siempre será “la primera vez” y eso no se olvida.

R.R.: ¿Prefieres escribir un primer borrador a mano o en tu ordenador?

A.J.: Ordenador, siempre. Me resulta más rápido, más cómodo y me permite corregir sobre la marcha sin que el texto acabe pareciendo un mapa de tachones. Además, escribo a un ritmo que haría sufrir a cualquier bolígrafo… y, seamos sinceros, mi letra no está preparada para una novela entera.

R.R.: ¿Qué consejos le darías a alguien que quiere empezar a escribir?

A.J.: Que empiece. Parece obvio, pero es el paso que más se retrasa. No esperes a tener “la idea perfecta” o “el momento ideal”, porque no existen. Escribe, equivócate, borra, vuelve a escribir… y repite el proceso hasta que sientas que la historia respira. Lee mucho, de todo y de todos los géneros, porque eso alimenta tu voz como escritor. Y, sobre todo, no tengas miedo a mostrar lo que haces. La crítica es parte del camino, y si la sabes encajar, te hará crecer. Ah, y una última cosa: la disciplina importa más que la inspiración. La inspiración es caprichosa, pero la constancia es la que acaba llenando páginas.

R.R.: ¿Qué piensas que hace a una buena historia?

A.J.: Para mí, una buena historia es la que te agarra desde el principio y no te suelta, no solo por lo que cuenta, sino por cómo te hace sentir. Tiene que tener personajes que importen, que no sean perfectos, que se equivoquen y te remuevan por dentro. Una trama que avance, que sorprenda, pero que también deje espacio para respirar y reflexionar. Y, sobre todo, verdad. Aunque sea ficción, si el lector no siente que lo que pasa podría ocurrir de verdad, se rompe la magia. Todo lo demás —giros, ambientación, tensión— suma, pero sin esa verdad, la historia se queda hueca. Y si además consigues que el lector diga “un capítulo más y me voy a dormir”… y acabe viendo amanecer, entonces sabes que has hecho bien tu trabajo.

R.R.: ¿Qué cambios has visto en la industria editorial en los últimos años?

A.J.: Creo que el cambio más evidente es la democratización de la publicación. Hoy en día, gracias a plataformas como Amazon, cualquier escritor puede poner su libro al alcance de lectores de todo el mundo sin pasar por los filtros tradicionales. Eso abre muchas puertas, aunque también significa que hay muchísima más oferta y es más difícil destacar. También he visto un mayor peso de las redes sociales: ahora no basta con escribir, tienes que saber moverte, comunicar y crear una comunidad de lectores. El boca a boca sigue siendo poderoso, pero ahora también pasa por un tuit, un reel o una reseña en un blog. En resumen, creo que es un momento lleno de oportunidades para quienes estén dispuestos a trabajar duro, adaptarse… y no perder de vista lo más importante: escribir buenas historias.

R.R.: ¿Cuál es tu opinión sobre los talleres de escritura y los cursos de escritura creativa?

A.J.: Creo que pueden ser muy útiles, sobre todo para adquirir técnica, descubrir herramientas narrativas y aprender a mirar tu propio texto con ojos críticos. Además, compartir con otros escritores en formación te ayuda a salir de tu burbuja y a ver otras formas de contar historias. Eso sí, un curso no te convierte en escritor de la noche a la mañana. La verdadera base está en leer mucho, escribir más y no tener miedo a equivocarte. Un taller puede guiarte y acortar el camino, pero la voz propia solo se encuentra escribiendo… y escribiendo mucho. En resumen: son un buen impulso, pero la carrera la corres tú, palabra a palabra.

R.R.: ¿Qué opinas sobre el impacto de la tecnología en el mundo de la escritura y la lectura? ¿Has usado algún tipo de software para estilo, corrección y/o redacción? ¿Por qué?/¿Por qué no?

A.J.: La tecnología ha cambiado por completo la forma en la que escribimos, publicamos y leemos. Hoy tenemos acceso a bibliotecas enteras desde el móvil, podemos publicar un libro desde casa y llegar a lectores en cualquier parte del mundo. Eso es una oportunidad enorme, pero también un reto: hay tanta oferta que destacar requiere más esfuerzo que nunca. En cuanto a la escritura, utilizo la tecnología como una aliada. Trabajo en ordenador, me apoyo en procesadores de texto y herramientas de organización para las tramas y documentación. Pero no uso programas que me “reescriban” el estilo: creo que la voz de un autor es algo que se construye con práctica, no con algoritmos. Sí veo útil la tecnología para correcciones ortográficas o de formato, pero la parte creativa prefiero que siga saliendo de mí, con mis aciertos y mis errores. Al final, creo que la tecnología debe ser una ayuda… no el que escriba por ti.

R.R.: ¿Qué opinas sobre la autopublicación?

A.J.: Creo que la autopublicación ha abierto una puerta enorme para quienes, como yo, tienen una historia que contar y no quieren (o no pueden) esperar a que una editorial tradicional apueste por ellos. Te da libertad total para decidir el contenido, el diseño, el ritmo de publicación… y eso es muy valioso. Por supuesto, también implica más trabajo: no basta con escribir, tienes que cuidar la edición, la corrección, la portada, la promoción… y hacerlo bien, porque el lector nota cuando algo está hecho con mimo. Para mí, autopublicar ha sido una forma de aprender a todos los niveles, de estar en contacto directo con mis lectores y de comprobar que una buena historia puede encontrar su camino sin intermediarios. Eso sí, hay que tomárselo con la misma seriedad que si firmaras con la editorial más grande del mundo.

R.R.: ¿Has tenido experiencia con editores y publicación con editorial? Cuéntame qué te ha parecido esta experiencia.

A.J.: Mi experiencia principal ha sido con la autopublicación, que me ha dado una libertad creativa enorme y me ha permitido aprender de todo el proceso, desde la primera palabra hasta ver el libro en manos de un lector. Sí he tenido contacto con editoriales y editores, y creo que cuando hay una buena comunicación y un interés real en tu obra, el trabajo conjunto puede ser muy enriquecedor. Una buena edición profesional siempre suma: te ayuda a pulir el texto, a detectar matices que se te pueden escapar y a darle a la obra un acabado impecable. Al final, para mí lo importante es que el libro llegue al lector en las mejores condiciones posibles, ya sea con editorial o autopublicado. Lo demás son caminos distintos para el mismo objetivo.

R.R.: ¿Tienes futuros proyectos literarios de los que me puedas hablar?

A.J.: Sí, ahora mismo estoy trabajando en mi tercera novela, Heredero de Cenizas, que volverá a poner al inspector Santana en el punto de mira… pero esta vez de una forma mucho más personal y peligrosa. Es un thriller psicológico con tintes de novela negra, en el que un hombre que fue acusado y condenado por un crimen que no cometió regresa para ajustar cuentas. A lo largo de la historia, las víctimas, la investigación y las pistas irán revelando un pasado que Santana preferiría mantener enterrado. Es una novela en la que exploro la venganza, la justicia y la fina línea que separa el bien del mal, con personajes cargados de ambigüedad moral y giros que no dejarán respirar al lector. Si Caronte y Rey de Cristal fueron intensas, esta promete subir todavía más la tensión.

R.R.: ¿Quieres añadir alguna cosa más?

A.J.: Solo agradecerte, Raúl, que me hayas hecho un hueco en tu blog y me hayas permitido mostrar un poco más de quién soy detrás de las novelas. Creo que entrevistas como esta ayudan a que el lector no solo conozca las historias, sino también la persona que las escribe, con sus manías, sus pasiones y sus motivaciones. Ojalá quienes lean estas líneas se animen a adentrarse en el universo del inspector Santana y descubran que, más allá de los crímenes y la tensión, también hay humanidad, emociones y verdades incómodas. Gracias de nuevo por este espacio y por dejarme compartirlo con tus lectores.

miércoles, 13 de agosto de 2025

FUERA DE COBERTURA

¿Cómo pude escribir Fuera de cobertura en solo 15 días?


Desde su publicación, es una pregunta que muchos y muchas lectoras me han formulado.

La respuesta corta sería: inspiración súbita, urgencia creativa y un manuscrito olvidado que encontró su momento. Pero la historia completa es mucho más rica, y tiene que ver con cómo las ideas se gestan, se abandonan, y a veces, renacen en circunstancias inesperadas.

Hace tiempo, durante el confinamiento por la pandemia, escribí una obra de teatro que giraba en torno a dos personajes: Nil e Iris. Se conocían en circunstancias extraordinarias, encerrados en sus respectivos pisos, conectando a través de sus balcones, los silencios compartidos y las conversaciones digitales. Era una historia íntima, marcada por la soledad, la necesidad de contacto humano y la fragilidad emocional que todos experimentamos en esos meses.

Aunque tenía diálogos potentes y momentos de gran carga emocional, nunca logré darle una estructura sólida. Me faltaba una línea narrativa que cohesionara todo, un final que no se sintiera forzado. Así que, como ocurre con muchos proyectos creativos, lo guardé. Lo dejé reposar en una carpeta de mi Google Drive, esperando que algún día algo me hiciera volver a él.

Ese “algo” llegó de forma inesperada. Fue el día del apagón. Volvía a casa caminando, después de un caos generalizado: semáforos apagados, tiendas cerradas, redes caídas, y una sensación de desconcierto colectivo. Pero en medio de ese desorden, vi algo que me conmovió profundamente.

La gente estaba en la calle, hablando entre sí. Desconocidos compartían una radio portátil para escuchar noticias. Una heladería artesana, incapaz de conservar sus productos sin electricidad, regalaba helados a los transeúntes. Los parques se llenaban de familias, parejas, ancianos, todos disfrutando del momento, sin pantallas, sin prisas.

Fue como si el mundo se hubiera detenido, y en ese paréntesis, la humanidad (bueno, la parte que se concentraba en nuestro país) se hubiera reconectado consigo misma. Y entonces lo vi claro: ahí debía ubicarse la historia de Nil e Iris. No en el confinamiento, sino en un apagón total. Un colapso tecnológico que obligara a las personas a volver a lo esencial, a mirarse a los ojos, a hablar sin filtros.

A partir de ese momento, me sumergí en una intensa fase de documentación. Quería que el contexto del apagón fuera verosímil, que no pareciera una excusa narrativa sino una posibilidad real. Investigué sobre:

Fenómenos naturales que pueden afectar gravemente las redes eléctricas y de comunicación. Descubrí que una eyección de masa coronal del Sol podría, en teoría, dejar sin electricidad a medio planeta durante días o semanas.








(Photo credit: Tony Melony/Canva/Getty Images)

Leí informes sobre vulnerabilidades en infraestructuras críticas, cómo grupos organizados podrían sabotear sistemas energéticos, y qué protocolos existen para responder a estos eventos.









(Photo credit: LagartoFilms/Canva/Getty Images)

Exploré cómo la gente reacciona ante la incertidumbre, cómo surgen narrativas alternativas para explicar lo inexplicable, y cómo esas teorías pueden convertirse en parte del tejido social.









(Photo credit: MarekuliaszCanva/Getty Images)

Todo esto me permitió construir un mundo coherente, donde el apagón no era solo un telón de fondo, sino un catalizador de los encuentros, los conflictos y las revelaciones de los personajes.

Una vez tuve claro el nuevo marco narrativo, adaptar el texto original fue sorprendentemente sencillo. Gran parte de los diálogos ya estaban escritos, y seguían funcionando en este nuevo contexto. Lo que antes eran conversaciones por videollamada, ahora eran charlas cara a cara, con la tensión añadida de no saber qué estaba ocurriendo en el mundo.

Reescribí algunas escenas para incorporar elementos del apagón: la falta de luz, el silencio de las calles, la improvisación de la vida sin tecnología. Añadí personajes secundarios que representaban distintas reacciones ante la crisis: el paranoico que cree que todo es una conspiración, los vecinos que se reunen en improvisadas cenas, la gente que redescubre la radio analógica como su nuevo medio de asomarse al mundo.

Lo más difícil fue encontrar el tono adecuado. No quería que la obra fuera apocalíptica ni distópica. Quería que fuera humana, cálida, con momentos de humor y ternura. Que mostrara cómo, en medio del caos, pueden surgir conexiones auténticas.

Escribir Fuera de cobertura en 15 días no fue una hazaña de velocidad, sino de claridad. Cuando una idea encuentra su forma, todo fluye. Me levantaba cada mañana con las escenas que ya había escrito en otro contexto reubicadas en la nueva situación, diálogos que se escribían solos, situaciones que pedían ser contadas.

No hubo bloqueo creativo, porque ya tenía el material base. Fue más bien un trabajo de reordenar, pulir, y dejar que los personajes respiraran en su nuevo entorno. Al final de la segunda semana, tenía una versión completa, lista para ser leída en voz alta.

Fuera de cobertura no es solo una obra sobre un apagón. Es una historia sobre lo que ocurre cuando se apagan las pantallas y se encienden las miradas. Sobre cómo el silencio puede ser más elocuente que cualquier mensaje de texto. Sobre cómo, en la ausencia de tecnología, la humanidad encuentra nuevas formas de comunicarse.

Nil e Iris ya no son solo dos jóvenes que se conocen en circunstancias excepcionales. Son el reflejo de todos nosotros, buscando sentido en medio del desconcierto, encontrando belleza en lo inesperado.

A veces, las historias necesitan tiempo para madurar. Otras veces, necesitan una chispa externa que las encienda. En mi caso, fue el apagón. Un momento de desconexión que me permitió reconectar con una idea olvidada, y transformarla en algo vivo.

Escribir en 15 días fue posible porque llevaba mucho más tiempo gestando la historia. Porque el mundo me ofreció el escenario perfecto. Y porque, cuando la inspiración llega, hay que aprovecharla al máximo.

Gracias al apoyo de Libros Soñados, y su buen trabajo de corrección, fue posible un texto limpio y una portada en tiempo récord.