A continuación tienes el acceso a las listas de reproducción de la música que me acompañó en el proceso de escritura de mis novelas y que pueden acompañarte a ti mientras las lees.
martes, 11 de noviembre de 2025
viernes, 31 de octubre de 2025
REVIEW - THE SECRET OF THE WIND
BY NICK PACCINO
Nick Paccino’s The Secret of the Wind is a masterfully woven literary mystery-romance that spans continents and decades, unearthing long-buried family secrets with cinematic flair and emotional resonance. From the icy stillness of Sweden to the sun-drenched hills of Tuscany and the sleek modernity of Singapore, Paccino crafts a narrative that feels both intimate and expansive, threading disparate lives into a single, haunting tapestry.The novel opens with what appear to be unrelated vignettes: Paul, a quiet man in Sweden, stumbles upon a cryptic plea for help scribbled on a forgotten piece of paper; Francesca and Roberto, young lovers in 1950s Tuscany, are torn apart by forces never fully explained; and Catherine Anderson, a powerful businesswoman in present-day Singapore, finds herself entangled in a mystery that threatens to unravel everything she thought she knew. These stories, each compelling in its own right, gradually converge in a way that feels both surprising and inevitable.
Paccino’s prose is elegant yet accessible, with a rhythm that propels the reader forward while allowing space for reflection. His pacing is impeccable—just when you think you’ve grasped the narrative’s direction, he introduces a twist that reconfigures your understanding. The transitions between timelines and locations are seamless, and the emotional stakes rise steadily, culminating in a finale that is both satisfying and emotional.
What truly elevates The Secret of the Wind is its characters. Paul’s quiet determination, Francesca’s aching vulnerability, Roberto’s youthful idealism, and Catherine’s daughter's steely resolve are rendered with depth and nuance. These are not archetypes but fully realized individuals whose choices ripple across generations. Even minor characters are given moments of grace and complexity, contributing to the novel’s rich emotional texture.
Thematically, the book explores the weight of silence, the fragility of memory, and the enduring power of love. Paccino is particularly adept at portraying how secrets—whether born of shame, protection, or misunderstanding—can shape lives in ways both tragic and redemptive. There’s a melancholic beauty to the idea that some truths, carried by the wind, may take decades to find their way home.
Stylistically, the novel balances literary sophistication with the brisk momentum of a thriller. Paccino’s background in visual storytelling is evident in his atmospheric descriptions and rhythmic dialogue. Each chapter feels like a movement in a symphony, building toward a crescendo that resonates long after the final page.
In short, The Secret of the Wind is a triumph of narrative architecture and emotional insight. It’s a book that invites you to chase whispers across time, to piece together fragments of forgotten lives, and to believe that even the most elusive truths can be found. For readers who crave stories that are both intellectually engaging and emotionally stirring, this novel is an unforgettable journey.
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miércoles, 22 de octubre de 2025
RESEÑA - EN AGOSTO NOS VEMOS
martes, 21 de octubre de 2025
EL DIENTE DE AJO REBELDE

Aunque en la escuela de idiomas nadie llevaba pantalones de lino, ni bebía infusiones de jengibre ni hablaba del “poder sanador de las vibraciones”, aterrizó un día Miss Linda, una profesora norteamericana con alma de Woodstock y un currículum que olía a incienso y crema de coco. Era un alma libre, de esas que creen que el ajo lo cura todo, incluso el desamor.
Una noche, la pobre mujer empezó a sentir un dolor terrible en el oído. Pero claro, ir al médico era mainstream, y Linda no iba a caer en eso. Así que, tras consultar un blog de medicina alternativa (seguramente redactado por alguien llamado “Sol del Alba”), decidió meterse un diente de ajo en el oído.
Al amanecer, algo iba mal. No solo seguía sorda del oído izquierdo: el ajo había desaparecido en el interior. Ni rastro. Ni siquiera asomaba la puntita. Posiblemente, al haber dormido sobre ese oído el diente se había sumergido en su interior. Entró en pánico. Intentó extraerlo con unas pinzas de depilar, con un bastoncillo, incluso con una pajita de bambú, pero nada. El ajo se había declarado ciudadano en pleno derecho del pabellón auditivo.
Desesperada, se plantó en el Centro de Atención Primaria del barrio, vestida con un poncho de colores, sandalias y el pelo recogido con un lápiz. Se acercó al mostrador y dijo, con su mejor español:
—Buenos días, yo tengo... eh... garlic in ear.
La enfermera la miró con una sonrisa congelada.
—¿Perdón?
Linda repitió, más fuerte y con gestos:
—¡GARLIC! ¡IN! ¡EAR! ¡Mucho dolor, a lot of pain!
La enfermera parpadeó.
—¿Dice usted que tiene un diente... de ajo... en el oído?
Linda, convencida de que nadie la entendía, comenzó a hablar en una mezcla de inglés, español y desesperación espiritual:
—Yes, yes, garlic! ¡Diente espiritual! ¡Healing! Pero ahora stuck! ¡Muy stuck!
El médico de guardia, un hombre de mirada cansada que ya había atendido tres torceduras, dos resfriados y un caso de “energías cruzadas”, la hizo pasar.
—A ver, señora, ¿qué le pasa exactamente?
Linda se sentó, despeinada y sudando esencias naturales.
—Tengo... cómo se dice... ajo inside ear, no salir, no puedo sacar, please help.
El médico la observó sin entender una palabra, mientras ella señalaba su oído con desesperación.
—Tranquila, tranquila, ¿tiene usted dolor en la cabeza?
—¡NO! ¡AJO! ¡GARLIC! ¡IN MY EAR, DOCTOR!
El tono de Linda subía y subía, hasta que el médico empezó a sospechar que se trataba de una crisis nerviosa.
—Señorita, ¿ha tomado algo? ¿Algún medicamento?
—¡ONLY LOVE AND GARLIC! —gritó ella, moviendo los brazos como si estuviera invocando a los espíritus del Mediterráneo.
El doctor, preocupado por su integridad física, pulsó un botón de su intercomunicador, pidiéndo que alguien de seguridad acudiese a su consulta. En cuestión de segundos apareció Ramírez, el guardia jurado del centro: un hombre corpulento con cara de haber visto demasiados lunes.
—¿Qué pasa aquí, doctor?
—Creo que la señora está... confundida —susurró el médico.
Linda, al ver entrar a un hombre uniformado, se alteró aún más.
—¡NO, NO! ¡I’M NOT CRAZY! ¡GARLIC! ¡GARLIC IN EAR! —berreó, señalándose el oído con tanta fuerza que casi se lo arranca.
—Tranquila, señora, vamos a salir un momentito —dijo Ramírez, mientras la conducía con cuidado fuera de la consulta.
—¡NOOO! ¡EAR! ¡AJO! ¡ES NATURAL MEDICINE! —gritaba ella, mientras los pacientes en la sala de espera se santiguaban o contenían la risa. Una anciana susurró:
—Pobrecita, seguro que es del yoga.
Finalmente, en una sala aparte, una enfermera joven que hablaba inglés se sentó con ella.
—Okay, Linda, tell me slowly. What happened?
Linda, agotada y al borde del llanto:
—I had ear pain. I put garlic. Now garlic live inside me.
La enfermera la miró con una mezcla de compasión y contención heroica de la risa.
—Vale... tiene un diente de ajo metido en el oído. Perfecto. Lo vamos a sacar.
Diez minutos después, un médico con pinzas y una linterna profesional extrajo el diente rebelde. El ajo salió brillante, tibio y, según testigos, oliendo como un plato de espagueti al pesto.
Linda lloró de emoción.
—Thank you, thank you so much. I promise no more garlic.
La enfermera le respondió con una sonrisa amable:
—Por favor, la próxima vez, use gotas, no ensalada.
Y así fue como Miss Linda, la profesora hippie del centro, no acudió a la clase de la mañana. En la sala de profesores solo se oyó al directo diciendo, con su eterna calma zen:
—Bueno, chicos, hoy Linda no viene... tuvo un pequeño problema con... eh... un condimento.
Desde entonces, cada vez que alguien proponía un remedio natural, otro compañero o compañera añadía con sorna:
—Sí, pero sin ajo en el oído, ¿eh?
Y así quedó inmortalizada la anécdota de Miss Linda y el ajo atrapado, la única vez que un bulbo aromático logró más fama que una profesora de inglés.
miércoles, 8 de octubre de 2025
LA HIERBA ERA MÁS VERDE Y LA LUZ MÁS BRILLANTE
Primera parte: El otoño
que no dolió del todo
La universidad no empezó como empiezan los
sueños. No hubo fuegos artificiales ni promesas de futuro brillando en la
frente. Empezó con una pérdida. Con una ausencia que se instaló en el pecho
como una piedra tibia, que no quemaba, pero pesaba. Y con un amor que apenas
había nacido y ya se había ido, como esas flores que se abren antes de tiempo y
se marchitan sin haber conocido la primavera.
Era otoño. Las hojas caían en el campus
como si supieran que yo también me estaba deshojando. Caminaba por los pasillos
de la facultad con la mirada baja, como si el suelo pudiera ofrecerme
respuestas que el cielo me negaba. No esperaba nada. No quería nada. Pero
entonces ocurrió lo que ocurre en las buenas historias: algo inesperado. No me
hundí. No me encerré. No me convertí en sombra. Hice lo contrario. Me abrí. Me
rodeé de gente.
José fue el primero. Lo conocí en la
secretaría de la facultad, hablamos en catalán, aunque ninguno de los dos
veníamos de familias catalanoparlantes. Después vinieron Rafa, con su buen
humor y su vozarrón, junto con Inma, la muchacha de grandes ojos verdes. Y
luego les siguieron un trío inolvidable: Ana, Marta y Marga. Y muchos, muchos
más. Sonia, María Jesús, Belén, Laura, Nandi, Ismael, Félix, Cristian, Elisabeth, Guillem y un buen puñado de estudiantes del programa Erasmus... Un grupo que no
se formó por azar, sino por necesidad. Nos necesitábamos. Y nos encontramos.
Éramos una constelación de afectos. Un
enjambre de risas, apuntes, cafés y confidencias. Nos unimos como se unen los
náufragos: con urgencia, con ternura, con hambre de compañía. El intercambio de
apuntes fue el primer ritual. Nos pasábamos hojas como quien pasa cartas de
amor. Subrayados, esquemas, dibujos absurdos en los márgenes. Cada apunte era
una forma de decir: “Estoy contigo. No estás solo”.
La cafetería se convirtió en nuestro
templo. Allí reíamos como si el mundo fuera un chiste privado. Las clases
compartidas eran más que clases: eran coreografías de miradas, susurros, notas
jocosas y asignaciones en equipo. El cineclub nos enseñó que las películas no solo
se ven: se viven, se discuten, se lloran o son para reír juntos. Las fiestas en
la residencia universitaria eran explosiones de música, miradas cómplices y abrazos. Recuerdo también aquellas otras fiestas de pijamas en casa de Sonia, para Navidades, en las que el buen humor nos tenía hasta bien entrada la
madrugada.
A veces estudiábamos juntos o en pequeños
grupos. No por obligación, sino por complicidad. Nos sentábamos en círculo,
rodeados de libros y apuntes. Si había silencio, este era dulce porque estaba
lleno de presencia. Hacíamos pausas en el césped del campus. Lo llamábamos
“fotosíntesis”. Nos tumbábamos al sol como plantas humanas, dejando que la luz
nos curara las heridas invisibles y las inquietudes de aquella edad. A veces no
hablábamos. A veces solo respirábamos juntos. Y eso bastaba.
Los cumpleaños eran celebraciones de la
amistad. No importaba si había tarta o no. Lo importante era que estábamos ahí,
que nos cantábamos los unos a los otros, que nos abrazábamos como si el tiempo
fuera un regalo. Salíamos por Barcelona como quien explora un mapa emocional.
El parque de atracciones de Montjuïc fue escenario de risas que aún resuenan en
mi memoria. Las comidas en restaurantes (a veces en parques) eran banquetes de
historias, de anécdotas, de confesiones.
Todo eso ocurrió. Todo eso fue real. Y sin
saberlo, estaba viviendo mi época dorada.
Segunda parte: La órbita
de los que se encuentran
Ella llegó tarde. No mucho. Apenas unos
minutos. Pero fue suficiente para que el aire cambiara de densidad. Para que el
murmullo de la clase se volviera un telón de fondo y su figura, al cruzar la
puerta, se convirtiera en el centro de gravedad de mi universo.
No la conocía. O mejor dicho, no la había
mirado de verdad hasta ese instante. Era una compañera más, una silueta entre
muchas, una voz que a veces respondía en clase. Pero aquel día, al verla entrar
con su melena rizada, la mirada gris-verdosa tras sus gafas, con la mochila
colgando de un hombro y la respiración agitada, algo se quebró en mí. O se
encendió. O ambas cosas.
No fue fácil. No hubo flechazo ni
confesiones inmediatas. Éramos satélites distantes. Coincidíamos a veces en
clase, en la cantina, en los pasillos. Nos saludábamos con cortesía, con esa
mezcla de timidez y protocolo que tienen los jóvenes cuando aún no saben si
están autorizados a desear. Pero nuestras órbitas, en lugar de alejarse,
empezaron a acercarse. Lentamente. Como si el universo tuviera un plan que
nosotros aún no comprendíamos.
Todo empezó con los apuntes, seguido de
cortas conversaciones en los pasillos de la facultad. Luego vinieron los cafés
en la cantina. Al principio eran casuales, compartidos con otros compañeros.
Pero poco a poco se volvieron nuestros. Íntimos. Silenciosos. Llenos de miradas
que decían más que las palabras.
Las llamadas de teléfono fueron el
siguiente paso. Interminables. No hablábamos de nada y hablábamos de todo. De
los profesores, de los exámenes, de nuestras familias, de nuestros miedos. A
veces nos quedábamos en silencio, escuchando la respiración del otro al otro
lado de la línea. Y ese silencio era más elocuente que cualquier discurso.
Lo que nos unió no fue la pasión
inmediata, ni la urgencia del deseo. Fue algo más profundo. Un hambre de ser
quien uno es sin tener que fingir nada. Con ella, no necesitaba parecer más
inteligente ni más divertido. Podía ser yo. Con mis dudas, mis heridas, mis
sueños torpes. Y ella también se mostraba sin disfraces. Nos desnudábamos
emocionalmente, sin prisa, sin miedo.
Una tarde de otoño quedamos para pasear
por Barcelona. Una ciudad cansada de lluvia y de borrasca durante toda una
semana, pero el sol brilló para nosotros. Después del primer beso, supe que
algo había cambiado. Que ya no éramos satélites. Que nuestras órbitas se habían
fundido en una sola.
No todo fue fácil. Tuvimos dudas,
silencios, momentos de distancia. Pero siempre volvíamos. Como si hubiera un
hilo invisible que nos ataba, que nos llamaba, que nos recordaba que juntos
éramos más que dos. Éramos un hogar en construcción.
Y ese hogar, con el tiempo, se volvió
real. Casi treinta años después, todavía seguimos juntos. Hemos formado una
familia. Hemos construido una vida con los ladrillos de aquellos días
universitarios. Con los apuntes compartidos, los cafés, las llamadas, las
risas, los silencios. Con la certeza de que el amor no siempre llega como un
relámpago. A veces llega como una lluvia suave que empapa sin que uno se dé
cuenta.
Ella sigue siendo la misma. Y yo también.
Cambiados, sí. Madurados. Pero en el fondo, seguimos siendo aquellos dos
estudiantes que se encontraron sin buscarse. Que se eligieron sin saberlo. Que
se amaron sin promesas, pero con una fidelidad que ha resistido al tiempo.
Tercera parte: Un
patrimonio
La vida, con su ritmo implacable, nos
empuja hacia adelante. Nos llena de responsabilidades, de horarios, de
compromisos que a veces parecen no dejar espacio para el recuerdo. Pero hay
cosas que no se desgastan con el tiempo. Hay vínculos que, aunque se enfríen en
la superficie, siguen ardiendo en lo profundo. Así son las amistades
verdaderas. Así es el amor que nace en los días inciertos y se fortalece en los
años compartidos.
Mis amigos de la facultad fueron más que
compañeros de clase. Fueron abrigo en los días fríos, brújula en los momentos
de confusión, espejo en el que pude reconocerme sin miedo. En aquella etapa en
la que todo parecía tambalearse —la tristeza por una pérdida, el amor que no
fue, la incertidumbre del futuro— ellos fueron mi patrimonio emocional. Me
mantuvieron a salvo. No permitieron que naufragara. Me sostuvieron con risas,
con presencia, con gestos pequeños que, vistos desde hoy, fueron enormes.
Nos unió la juventud, sí, pero también la
necesidad de pertenecer. De encontrar en el otro un refugio. Compartimos
apuntes, sí, pero también secretos. Celebramos cumpleaños, pero también
derrotas. Hicimos “fotosíntesis” en el césped, pero también cultivamos raíces
invisibles que aún hoy nos conectan. Cada salida por Barcelona, cada noche en
la residencia universitaria y cada café en la cantina, fueron una piedra más en el puente
que nos unió.
Hoy, la llama es menos viva. El contacto
es esporádico. Las responsabilidades familiares y laborales han tejido una red
que nos mantiene ocupados, a veces distantes. Pero el vínculo no se ha roto. No
puede romperse. Porque está hecho de algo más fuerte que el tiempo: está hecho
de memoria compartida, de afecto sincero, de complicidad que no necesita
palabras.
Cada vez que pienso en lo que tuvimos, lo
mantengo. Cada vez que uno de ellos aparece en una foto antigua, en una canción
que escuchábamos, en una frase que solíamos repetir, algo se enciende. Y sé
que, en algún rincón de su vida, también ocurre lo mismo. Somos parte del
paisaje emocional del otro. Y eso no se pierde.
El amor, por su parte, ha sido el hilo que
ha cosido todos estos años. Nació en la facultad, tímido, incierto, y se volvió
hogar. Con ella, con aquella compañera que llegó tarde y me quitó el aliento,
he construido una vida. Y cada día, al mirarla,
recuerdo que el amor verdadero no es el que arde sin pausa, sino el que sabe
mantenerse encendido incluso en la rutina y continuará en el tiempo, a través de nuestros hijos.
Cuando pienso en todo aquello —las risas
en la cantina, las tardes de fotosíntesis, los apuntes compartidos, el amor que
llegó tarde, pero se quedó para siempre— no puedo evitar que suene en mi
memoria High Hopes de Pink Floyd. Aquella canción que parecía
escrita para nosotros, para esa época dorada en la que “the grass was greener,
the light was brighter”. Porque así fue: el césped del campus era más verde, la
luz en nuestros rostros más brillante, y el futuro parecía una promesa
infinita. Hoy, aunque la llama de la amistad arde con menos fuerza y el amor ha
aprendido a habitar la rutina, sé que todo lo vivido permanece. Como en la
canción, “the endless river” sigue fluyendo, y cada vez que cerramos los ojos y
recordamos, volvemos a caminar por aquel sendero de altos sueños, sabiendo que
lo mejor no fue lo que soñamos, sino lo que supimos construir juntos.
Las amistades y el amor
son el verdadero patrimonio de nuestras vidas. No cotizan en bolsa, no se
exhiben en vitrinas, pero son lo que nos sostiene cuando todo lo demás se
tambalea. Y aunque el tiempo pase, aunque la llama se vuelva tenue, basta una
chispa de recuerdo para saber que siguen ahí. Vivos. Nuestros. Eternos.
martes, 7 de octubre de 2025
RESEÑA - PESADILLAS REALES
DE JAVIER ALONSO FRAILE
En Pesadillas reales, Javier Alonso Fraile nos sumerge en una historia intensa y envolvente que transita con soltura entre lo tangible y lo inexplicable. La novela sigue a dos jóvenes cuyas vidas, marcadas por la adversidad, se entrelazan en un encuentro que cambiará su destino. Lo que comienza como una amistad forjada en la necesidad, pronto se convierte en una travesía cargada de peligros, emociones extremas y fenómenos que desafían la lógica.
La narración se despliega con un ritmo ágil, casi cinematográfico, que mantiene al lector en vilo. Cada capítulo abre nuevas puertas a lo desconocido, y la tensión se dosifica con precisión para que la lectura nunca pierda fuerza. El autor juega con los límites de la percepción, haciendo que los sueños y las pesadillas se filtren en la realidad de los protagonistas, especialmente en la de Antonio, cuya lucha interna se convierte en el eje emocional de la trama.
Uno de los grandes aciertos de la novela es su capacidad para combinar acción trepidante con una atmósfera inquietante. La presencia de elementos paranormales no solo añade misterio, sino que también profundiza en los miedos y deseos de los personajes. La historia no se limita a entretener: plantea preguntas sobre la identidad, la supervivencia y la fragilidad de la mente cuando se enfrenta a lo inexplicable.
La construcción de los personajes es otro punto fuerte. No son héroes convencionales, sino jóvenes vulnerables que deben enfrentarse a una banda criminal, a sus propios traumas y a una realidad que se descompone. Sus reacciones, sus decisiones y sus vínculos están narrados con una sensibilidad que permite empatizar con ellos, incluso cuando sus actos rozan lo irracional.
La novela destaca por su capacidad de mantener al lector en un estado de alerta constante. Cada giro, cada revelación, cada escena onírica añade capas a una historia que nunca se acomoda. Es una lectura que se devora con ansia, pero que deja huella por su complejidad emocional y su atmósfera envolvente.
En definitiva, Pesadillas reales es una propuesta valiente y absorbente, ideal para quienes disfrutan de las narrativas que desafían la lógica y exploran los rincones más oscuros de la mente humana. Una novela que no solo se lee, sino que se vive.
49 VUELTAS AL SOL
Septiembre de 1988. Pol Ferrer, un joven apasionado por la lectura y la escritura, inicia su etapa de instituto, ignorando que se embarca en un viaje emocional de la mano de una enigmática compañera de clase que cambiará su vida por completo. Sin embargo, Erika no será su única guía en el camino de la vida, pues Pol también se cruzará con Sara, una tímida muchacha que le mostrará cómo capturar la belleza en el tiempo, y años después con Cristina, una extraordinaria y evasiva mujer que lo seducirá con su música.
Con una narrativa que entrelaza momentos de alegría y tristeza, 49 vueltas al sol es una reflexión profunda sobre el amor en sus múltiples formas. Nos invita a valorar esos lazos que, a pesar de las adversidades, permanecen firmes y nos transforman.
Esta novela nos recuerda que el amor verdadero no solo perdura, sino que también evoluciona, enriqueciendo nuestras vidas de maneras inesperadas.
ENLACE DE COMPRAdomingo, 5 de octubre de 2025
RESEÑA - UN CHOCOLATE CON SABOR A NUBES
lunes, 29 de septiembre de 2025
RESEÑA - EL ENMASCARADO DEL ADARVE
DE CARMEN HINOJAL
Confieso que, aunque ya conocía la obra de Carmen Hinojal, El enmascarado del Adarve me ha sorprendido gratamente por la madurez y la destreza narrativa que despliega. Desde las primeras páginas me vi arrastrado a una España de intrigas, espadas y secretos, en pleno reinado de los Reyes Católicos. La ambientación es tan vívida que casi podía oler la humedad de las callejuelas, sentir el peso de los ropajes y escuchar el eco de los pasos en los adarves.
Lo que más me ha fascinado es la sencillez con la que Hinojal construye su narración. No hay artificios innecesarios ni florituras que entorpezcan el ritmo. Al contrario, cada frase parece pensada para atrapar al lector y empujarlo a seguir leyendo. Los personajes se presentan con naturalidad, sin largas descripciones, pero con una fuerza que los hace memorables desde el primer momento.
La trama no da tregua. Hay misterio, conspiraciones, escenas de lucha que se leen con el corazón en vilo, y una presencia constante de la Santa Inquisición que añade un tono oscuro y amenazante. Me ha encantado cómo la autora entrelaza hechos históricos con la ficción, y la aparición de personajes reales como Fernando de Rojas aporta una dimensión adicional que enriquece el relato sin convertirlo en una lección de historia.
Cada capítulo parece diseñado para terminar en un punto de inflexión, lo que convierte la lectura en una experiencia casi compulsiva. Me he descubierto diciendo “solo una página más” y, sin darme cuenta, había avanzado otro capítulo. Es esa mezcla de acción, misterio y aventura lo que convierte esta novela en una lectura tan adictiva.
Y el final... ¿qué decir del final? Está perfectamente orquestado, con todos los hilos narrativos bien hilados y una resolución que no decepciona. No solo cierra la historia con elegancia, sino que deja una sensación de plenitud, como si todo hubiera encajado en su sitio.
En definitiva, El enmascarado del Adarve es una novela que recomendaría sin dudar. Carmen Hinojal ha creado una obra que combina emoción, historia y ritmo narrativo con una maestría que merece ser celebrada.
domingo, 28 de septiembre de 2025
RESEÑA - RECETAS CON RETÓRICA
sábado, 27 de septiembre de 2025
RESEÑA - ¿QUIÉN ME MATÓ?
lunes, 22 de septiembre de 2025
ARTÍCULO
La precariedad del lenguaje en la comunicación “seria”
Vivimos en una época paradójica: jamás habíamos escrito tanto; sí, el lenguaje escrito ha invadido de manera extensa nuestras vidas cotidianas. Sin embargo, rara vez su calidad ha estado tan en entredicho. Correos electrónicos que parecen redactados con prisa por alguien que apenas domina la sintaxis; comunicados universitarios plagados de errores; publicaciones “serias” en redes sociales que mezclan solemnidad con una gramática rudimentaria; artículos de periódicos digitales que abusan de adjetivos grandilocuentes, pero descuidan la precisión léxica, la ortografía o la coherencia interna.
Resulta asombroso que, en ámbitos donde uno esperaría encontrar rigor, claridad y un respeto elemental por la lengua, lo que predomine sea una precariedad expresiva que oscila entre la pobreza estilística y el error flagrante. Este fenómeno merece una exploración detenida, porque no se trata de simples descuidos aislados: es el síntoma de transformaciones profundas en nuestra relación con la lengua y con la comunicación escrita.
En este artículo quiero reflexionar sobre esta precariedad del lenguaje, ilustrarla con ejemplos concretos, analizar sus causas múltiples y proponer algunas claves para comprender por qué, en tiempos de hipercomunicación, la calidad del discurso público ha entrado en un estado de franca decadencia.
I. El espectáculo de la pobreza lingüística en lo “serio”
Quien se detenga a leer con atención notará que incluso instituciones tradicionalmente guardianas del prestigio lingüístico han relajado sus estándares.
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Comunicados institucionales:Universidades y centros educativos difunden circulares en las que abunda el tono burocrático, con frases interminables, cargadas de sustantivos abstractos y gerundios mal empleados:“Con el fin de poder dar cumplimiento a la mejora continua en lo referente a las dinámicas de gestión académica, se estará procediendo a implementar los ajustes necesarios que permitan garantizar la eficiencia de los procesos.”La frase promete claridad pero acaba enredada en giros circulares que no dicen nada.
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Textos publicitarios de enseñanza de lenguas:Paradójicamente, muchas academias que prometen “excelencia comunicativa” en la enseñanza de idiomas se promocionan con mensajes mal redactados:“Con nosotros aprenderás inglés fácil y rápidamente, más rápido imposible, con la mejor profesorado cualificada.”El eslogan se contradice y exhibe errores de concordancia que desmienten la supuesta seriedad de la propuesta.
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Prensa digital:La velocidad con que se generan noticias en portales digitales propicia titulares plagados de redundancias, erratas o construcciones torpes:“Se procede a dar inicio al comienzo de las actividades previstas.”La inflación verbal, lejos de comunicar, adormece.
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Correos electrónicos corporativos:En el entorno empresarial proliferan mensajes que sacrifican la cortesía o la claridad en nombre de la rapidez. Ejemplos abundan:“Favor enviar documento hoy si posible.”Una fórmula telegráfica, seca, carente de matices.
Estos ejemplos muestran que la precariedad del lenguaje no es patrimonio exclusivo de la “escritura informal” (chats, mensajes instantáneos), sino que se infiltra en espacios donde debería primar la corrección.
II. Posibles causas de esta precariedad
El fenómeno no tiene una única explicación. Más bien, se alimenta de la confluencia de factores históricos, sociales, económicos y tecnológicos.
1. La prisa como norma de la comunicación contemporánea
Vivimos en la cultura de la inmediatez. La consigna es producir y difundir mensajes cuanto antes, incluso si ello sacrifica la calidad. La lógica de la red exige presencia constante: hay que publicar, actualizar, responder. En ese contexto, revisar la forma lingüística se percibe como un lujo innecesario.
El resultado: correos electrónicos redactados sin revisión, comunicados institucionales lanzados con errores ortográficos, publicaciones apresuradas que multiplican la precariedad expresiva.
2. La burocratización del lenguaje
En muchos ámbitos oficiales domina el lenguaje burocrático, cuyo objetivo no es comunicar con claridad sino aparentar formalidad. Se abusa de giros impersonales, perífrasis redundantes y tecnicismos vacíos. Así, donde bastaría con decir:
“Mañana se suspenderán las clases por mantenimiento eléctrico”,se prefiere un barroquismo hueco:“Se informa a la comunidad educativa que, debido a trabajos de mantenimiento eléctrico, se procederá a la suspensión temporal de las actividades académicas programadas.”
El exceso de fórmulas burocráticas genera un lenguaje inflado, precario en contenido.
3. La influencia del inglés global
La hegemonía del inglés como lengua de la ciencia, la tecnología y los negocios genera calcos sintácticos y léxicos en el español institucional. Expresiones como aplicar a una beca (calco de to apply for) o hacer sentido (de make sense) proliferan en comunicados académicos y empresariales.
Este trasplante, cuando se hace sin filtro, empobrece el idioma receptor, que pierde su riqueza propia para adoptar estructuras ajenas.
4. La formación deficiente en redacción
La enseñanza de la escritura en muchos sistemas educativos se ha reducido a la corrección ortográfica mínima, sin trabajar de forma profunda la argumentación, la claridad o la riqueza expresiva. Por eso, incluso profesionales con estudios avanzados carecen de destrezas sólidas para redactar un texto coherente y atractivo.
No sorprende entonces que correos, artículos o informes adopten fórmulas repetitivas, clichés y estructuras de manual.
5. La tiranía del algoritmo y la economía de la atención
En redes sociales y en prensa digital, los textos no se escriben para ser leídos detenidamente, sino para ser detectados por algoritmos y consumidos en segundos. De ahí titulares sensacionalistas, mensajes saturados de palabras clave, párrafos que sacrifican cohesión por impacto.
El lenguaje se precariza porque su función principal ya no es comunicar ideas complejas, sino capturar clics y retener la atención efímera de un lector fatigado.
6. La sobrevaloración de lo visual sobre lo verbal
El auge de la imagen (fotografía, vídeo, infografía, emoji) reduce el peso del lenguaje escrito. Muchos comunicadores creen que “el texto ya no importa tanto” porque lo esencial es el acompañamiento visual. Esto lleva a descuidar la precisión y la corrección de la palabra.
7. La cultura de la autoedición y la ausencia de correctores
En el pasado, periódicos, universidades y empresas contaban con correctores de estilo. Hoy esa figura se considera un gasto prescindible. El resultado: cada quien escribe y publica sin filtros, con las deficiencias propias de su formación y su prisa.
8. El maltrato de la puntuación
Otro síntoma revelador es el uso incorrecto de la puntuación. El punto y coma, por ejemplo, parece en vías de extinción. En los textos institucionales rara vez se encuentra, sustituido por comas interminables o por puntos que fragmentan la fluidez de la lectura.
La ausencia de este signo empobrece la prosa, pues el punto y coma permite matizar relaciones lógicas entre ideas, equilibrar frases largas o introducir un ritmo más natural. Su desaparición refleja, en parte, la falta de formación en redacción, pero también la tendencia general a simplificar y empobrecer la sintaxis.
III. Las consecuencias de esta precariedad
La precariedad del lenguaje no es un problema menor. Tiene efectos culturales, sociales y cognitivos de gran alcance:
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Opacidad comunicativa: los textos se vuelven ininteligibles, llenos de fórmulas vacías que dificultan la comprensión.
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Desprestigio institucional: una universidad que redacta mal sus comunicados erosiona su credibilidad.
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Pobreza cognitiva: el lenguaje moldea el pensamiento; si el discurso es precario, también lo son las ideas que vehicula.
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Desigualdad comunicativa: quienes dominan mejor la lengua se benefician frente a quienes solo reciben mensajes ambiguos y mal construidos.
IV. ¿Es realmente nueva esta precariedad?
Conviene matizar: la pobreza lingüística en documentos oficiales no es un fenómeno exclusivo de la era digital. La tradición burocrática lleva siglos cultivando un lenguaje oscuro y redundante. Sin embargo, lo novedoso es la combinación de esa tradición con la prisa contemporánea, la presión del algoritmo y la expansión masiva de la escritura digital.
Lo que antes quedaba restringido a circulares internas ahora se multiplica en correos, publicaciones y artículos que circulan globalmente. La precariedad se hace más visible y más influyente.
V. Hacia una reflexión crítica
Frente a este panorama, cabe preguntarse: ¿es posible revertir la precariedad del lenguaje? Algunas claves pueden orientarnos:
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Revalorizar la escritura en la formación académica: no basta con enseñar ortografía; es preciso cultivar la argumentación, la claridad y la precisión.
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Recuperar el oficio del corrector de estilo: las instituciones serias deberían volver a considerar la revisión lingüística como una inversión, no como un gasto.
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Desmitificar la burocracia verbal: enseñar a redactar con sencillez y precisión, desterrando el falso prestigio de la frase larga e incomprensible.
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Conciliar velocidad y rigor: la inmediatez no debería implicar descuido; revisar brevemente un texto antes de difundirlo puede marcar la diferencia.
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Promover una ética de la comunicación pública: toda institución tiene la responsabilidad de respetar a sus lectores con textos claros, correctos y cuidadosos.
Conclusión
El asombro que provoca la precariedad del lenguaje en documentos oficiales, publicaciones serias y correos electrónicos no es solo estético: es también ético y cultural. Nos revela hasta qué punto hemos normalizado la pobreza expresiva, aceptando que en los ámbitos más formales se comunique con torpeza, prisa y superficialidad.
Pero reconocer el problema es el primer paso para enfrentarlo. Si aspiramos a una sociedad que valore la claridad, la precisión y la riqueza del pensamiento, debemos empezar por cuidar el lenguaje en aquellos espacios donde debería ser ejemplar.
La lengua no es un adorno ni un simple vehículo: es la materia misma del pensamiento. Descuidarla equivale a renunciar a una parte esencial de nuestra capacidad de comprender y transformar el mundo.
lunes, 15 de septiembre de 2025
RESEÑA: REY DE CRISTAL
DE ANTONIO J. AGUIRRE
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ENTREVISTA A JOSÉ LUIS GUERRERO CARNICERO

martes, 9 de septiembre de 2025
RESEÑA: SUEÑO LETAL - METEMPSICOSIS
DE JOSÉ LUIS GUERRERO CARNICERO
Desde la primera página, Sueño Letal me atrapó con una propuesta tan original como inquietante: ¿y si los sueños fueran algo más que simples proyecciones del subconsciente? ¿Y si fueran el eco de una vida pasada, una puerta abierta a otra existencia? Esta novela explora con maestría el concepto de la metempsicosis —la transmigración del alma— y lo entrelaza con una trama de suspense que se despliega en dos líneas temporales perfectamente hiladas.La protagonista, Bea, es una joven que vive atormentada por pesadillas que
no solo la desvelan, sino que la sumergen en la vida de otra persona. Lo que
comienza como una inquietud psicológica se convierte en una carrera
contrarreloj para salvar su propia vida. La angustia que siente es tan vívida
que, como lector, uno no puede evitar compartir su desasosiego. Entra entonces
en escena Carlos, un psiquiatra con una mente abierta a lo inexplicable, y
Efrén, un experto en reencarnación. Juntos forman un trío que busca respuestas
en un terreno donde la ciencia y lo espiritual se rozan con delicadeza.
Lo que más me ha fascinado es cómo Guerrero Carnicero logra que el lector
transite entre el presente y el pasado sin perder el hilo. La segunda línea
narrativa nos lleva al Madrid de 1920, donde el inspector Néstor —un personaje
que merece su propia saga— investiga una serie de crímenes con la ayuda de su
asistente Andrés. La ambientación histórica está tan bien lograda que uno puede
sentir el aroma del café en las tabernas, el crujir de los adoquines bajo los
pasos del inspector, y el peso de una ciudad que empieza a modernizarse pero
aún guarda secretos oscuros.
La conexión entre ambas historias es uno de los grandes aciertos de la
novela. No se trata de un simple paralelismo, sino de una interdependencia
narrativa que se va revelando poco a poco, con giros inesperados y momentos de
auténtico vértigo. La prosa de Guerrero es directa, ágil, sin florituras
innecesarias, pero con una capacidad notable para crear atmósferas. Cada
capítulo deja con ganas de más, y el ritmo nunca decae.
Además, el autor consigue que los personajes secundarios tengan profundidad
y propósito. Efrén, por ejemplo, no es solo un sabio en lo esotérico, sino un
hombre con sus propias sombras. Y Néstor, con su mirada suspicaz y su método
deductivo, se convierte en una figura que uno desea seguir con más casos.
Al cerrar el libro, me quedé con esa sensación que solo dejan las buenas
historias: la de haber vivido algo intenso, misterioso y emocionalmente
resonante. Felicito sinceramente a José Luis Guerrero por esta obra tan bien
escrita y tan adictiva. Espero que el inspector Néstor regrese pronto, porque
su mundo —y el de Bea— aún tienen mucho que contar. Una lectura que recomiendo
sin reservas.
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domingo, 31 de agosto de 2025
RESEÑA: AMOR INFERNAL
DE LUCAS SICHEL
En Amor infernal, Lucas Sichel nos sumerge en una experiencia literaria que no da tregua. Desde el primer párrafo, el prólogo golpea con fuerza, dejando al lector en estado de alerta. Es un inicio que no busca seducir, sino sacudir, y lo logra con una crudeza que marca el tono de toda la novela. A partir de ahí, Sichel nos arrastra hacia atrás en el tiempo, en un flashback que nos presenta a Alejandro y Gabriela en su adolescencia, cuando la aparente inocencia aún no ha sido devorada por la oscuridad.Lo que sigue es un descenso implacable hacia la locura. Alejandro, el
protagonista, se convierte en el eje de una espiral de violencia, obsesión y
destrucción. La historia no se limita a narrar crímenes: los disecciona, los
expone sin filtros, y nos obliga a mirar de frente lo que muchos preferirían
ignorar. Sichel no suaviza los bordes; su prosa es afilada, directa, y a veces
incómoda, pero siempre efectiva. Cada escena está cargada de tensión, cada
diálogo revela capas ocultas de dolor y desesperación.
A medida que Alejandro se hunde en sus propios demonios, el vínculo con
Gabriela se vuelve cada vez más destructivo, arrastrando a ambos por un camino
sin retorno. Sichel se adentra sin miedo en los rincones más oscuros de la
psique humana, mostrando cómo el deseo puede mutar en una fuerza devastadora.
No hay alivio ni consuelo en esta historia: solo una mirada cruda y descarnada
a lo que ocurre cuando el amor se convierte en una prisión.
La ambientación, aunque secundaria frente al peso psicológico de los
personajes, contribuye a crear una atmósfera opresiva. Hay algo casi
cinematográfico en la manera en que Sichel construye sus escenas, como si cada
capítulo fuera un plano secuencia que nos obliga a seguir mirando, incluso
cuando quisiéramos apartar la vista.
Amor infernal no es una lectura cómoda, pero sí necesaria para
quienes buscan una narrativa que desafíe, que incomode y que deje huella.
Sichel demuestra que la literatura puede ser un espejo oscuro, pero también
revelador. Esta novela es un viaje al infierno íntimo de sus personajes, y una
invitación a explorar los rincones más perturbadores del alma humana.
viernes, 29 de agosto de 2025
RESEÑA: PELIGRO, ¡LOCAS A BORDO!
DE ELISABETH GILMORE
La historia
gira en torno a Estrella, una mujer que está a punto de casarse con un hombre
que, sinceramente, no parece hacerla feliz. Sus amigas, un grupo variopinto y
entrañable, deciden llevarla de despedida de soltera en un crucero por el
Mediterráneo. Pero lo que empieza como una escapada para celebrar, pronto se
convierte en una aventura de autodescubrimiento, risas descontroladas y
momentos que te hacen pensar.
Lo que más
me gustó fue cómo cada personaje tiene su propia voz. No son simples
acompañantes de la protagonista: todas tienen sus historias, sus heridas, sus
locuras. Y juntas forman un grupo que, aunque caótico, transmite una fuerza
increíble. Me reí muchísimo con sus ocurrencias, pero también me encantó leer sus
confesiones y la forma en que se apoyan unas a otras.
El estilo de
escritura es ágil, directo y muy visual. Me imaginaba perfectamente cada
escena: desde el tren rumbo a Barcelona hasta las noches de fiesta en el barco.
Todo está contado con tanto cariño y humor que funciona de maravilla.
Más allá de
la diversión, la novela también tiene profundidad. Me hizo pensar en cómo a
veces tomamos decisiones por inercia, sin escucharnos de verdad. Estrella, en
medio del caos, empieza a cuestionarse lo que realmente quiere, y ese proceso
me pareció muy honesto.
En resumen, Peligro,
¡locas a BORDO! es una lectura que recomiendo con entusiasmo. Es una
celebración de la vida, de la amistad y de la libertad personal, sin pedir
permiso. Una novela que te abraza con risas y te deja el corazón contento.
viernes, 15 de agosto de 2025
ENTREVISTA A ANTONIO J. AGUIRRE
RAÚL REYES: ¿Cómo te iniciaste en el mundo de la escritura?
ANTONIO J. AGUIRRE: Desde siempre la lectura ha sido uno de mis grandes hobbies,
y la novela negra, mi territorio favorito. Crecí devorando historias de
crímenes, giros inesperados y personajes llenos de matices. Con el tiempo, empecé
a acumular mis propias ideas y tramas en la cabeza… pero claro, escribir es
otra cosa. No basta con imaginarlo, hay que sentarse y darle forma. No me
decidí a dar el paso hasta que sentí que estaba preparado para desarrollarlo
como quería. Y cuando lo hice, descubrí que era mucho más que contar una
historia: era construir un mundo en el que podía perderme… y arrastrar al
lector conmigo.
R.R.: ¿Quiénes son tus principales influencias literarias y por
qué?
A.J.: He crecido leyendo a grandes escritores del género como
Lorenzo Silva o John Verdon y, más recientemente, Carmen Mola. Me fascina cómo
son capaces de construir no solo una trama, sino todo un mundo alrededor de sus
novelas. Admiro especialmente a los que saben dar vida a personajes que
transmiten, que te hacen sentir que podrías encontrártelos en la calle, con sus
luces y sombras. Personajes con los que te identificas y que te arrastran sin
remedio dentro de la historia. Ese es el tipo de literatura que me engancha
como lector… y la que intento ofrecer como escritor: que empieces una página y,
sin darte cuenta, ya no quieras soltar el libro.
R.R.: ¿Cómo describirías tu proceso creativo?
A.J.: Mi proceso creativo empieza con una chispa: puede ser una
imagen, una frase, una noticia… algo que se me queda rondando en la cabeza y
empieza a crecer. A partir de ahí, voy armando el esqueleto de la trama,
definiendo a los personajes y sus motivaciones. Me gusta tener claro hacia
dónde voy, pero no tanto el camino exacto: dejo espacio para que la historia me
sorprenda y para que los personajes tomen decisiones que, a veces, ni yo mismo
esperaba. También hay mucha documentación detrás, sobre todo en lo policial. Me
gusta que el lector sienta que lo que lee podría pasar perfectamente. Y luego,
claro, está la parte menos romántica: muchas horas, revisiones y cafés. Porque
las buenas ideas son el punto de partida, pero lo que las convierte en novela
es sentarse a escribir… incluso en esos días en que las musas parecen estar de
vacaciones.
R.R.: ¿Tienes alguna rutina para escribir?
A.J.: Trato de escribir cuando hay más tranquilidad en casa,
normalmente cuando todos duermen y el silencio se convierte en mi mejor aliado.
Aunque, a veces, una idea llega sin avisar y no te queda otra que salir
corriendo a escribirla antes de que se escape. Mi única gran rutina es
prepararme un café y sentarme con la mente despejada, sin que nada de mi vida
personal interfiera en la historia. Necesito estar al cien por cien dentro de
lo que escribo, como si durante esas horas el mundo real quedara en pausa y
solo existiera el de mis personajes.
R.R.: ¿En qué te inspiras para crear tus historias?
A.J.: Me inspiro en la vida real, en los problemas que nos rodean
y que, demasiadas veces, no se afrontan como deberían. La realidad es una mina
inagotable para la novela negra. Busco historias que, además de entretener,
inviten al lector a reflexionar sobre nuestra sociedad: la justicia, las
segundas oportunidades, los errores que marcan vidas. Creo que la ficción tiene
la capacidad de poner un espejo delante y mostrar cosas que, en el día a día,
preferimos no mirar… y esa es la clase de historias que me interesa contar.
R.R.: ¿Qué libros has publicado hasta la fecha?
A.J.: Hasta ahora he publicado dos novelas que forman parte del
universo del Inspector Santana. La primera es Caronte. Una vida por un peaje,
con la que gané el Premio Subur Negre de novela policíaca. La segunda es Rey de
Cristal, que continúa explorando el lado más oscuro y humano de mis personajes,
con una trama marcada por el suspense y los giros. Ambas están disponibles en
Amazon, en papel y en digital, y aunque se pueden leer de forma independiente,
quien las lea seguidas descubrirá que hay un hilo invisible que las conecta… y
que todavía tiene mucho que contar.
R.R.: ¿Cuál consideras que ha sido tu mayor reto como escritor?
A.J.: Mi mayor reto ha sido superar el vértigo de la primera vez:
sentarme a escribir una novela completa, sin saber si sería capaz de
terminarla, y después tener el valor de mostrarla al mundo. Escribir no es solo
juntar palabras, es exponer una parte de ti, con todo lo que eso implica.
También ha sido un desafío mantenerme fiel a mi voz y a mis historias, sin
dejarme llevar por lo que “se supone” que vende o está de moda. Y, por
supuesto, encontrar el equilibrio entre la vida personal, el trabajo y esas
horas de escritura que muchas veces le robas al sueño. Pero, al final, todo
reto se convierte en aprendizaje… y en más ganas de seguir escribiendo.
R.R.: ¿Cómo te enfrentas a la página en blanco y a la falta de
inspiración?
A.J.: La página en blanco puede ser intimidante, pero también es
una invitación a empezar algo nuevo. Cuando la inspiración no aparece, no me
quedo esperando a que se digne a venir: me siento igual, aunque sea para
escribir un párrafo que después borre. A veces releo lo que ya tengo escrito,
otras busco estímulos fuera: una noticia, una conversación, una canción…
cualquier cosa que despierte una chispa. Y si nada funciona, me doy permiso
para alejarme un rato. Porque he aprendido que la inspiración es como un gato:
aparece cuando le da la gana… pero siempre te encuentra si sigues cerca.
R.R.: ¿Tienes algún método para trabajar la trama y los
personajes?
A.J.: Más que un método cerrado, tengo una forma de entender las
historias: me gusta que tanto la trama como los personajes respiren ambigüedad
moral. En la vida real, nadie es completamente bueno o malo, y en mis novelas
tampoco. Me interesa que el lector dude, que empatice incluso con quien no
debería, y que sienta que la línea entre víctima y culpable a veces es más fina
de lo que parece. Con los personajes busco una conexión auténtica: que se
sientan reales, con problemas, contradicciones y miedos como podríamos tener
cualquiera de nosotros. Y para lograrlo, necesito conocerlos bien antes de
empezar a escribir… aunque siempre les dejo margen para sorprenderme por el
camino.
R.R.: ¿Cuál ha sido tu obra favorita hasta el momento y por qué?
A.J.: Es difícil elegir, porque cada novela tiene algo especial y marca una etapa distinta para mí. Caronte. Una vida por un peaje fue mi primera publicación, la que me demostró que podía contar una historia larga y llegar a los lectores. Le tengo un cariño enorme por todo lo que significó y por abrirme las puertas de este camino. Pero Rey de Cristal me permitió crecer como escritor, arriesgar más con la estructura y profundizar en personajes que ya se habían ganado su sitio. Además, creo que es donde mejor he logrado esa mezcla de suspense, emoción y ambigüedad moral que tanto me gusta trabajar. Así que, si tengo que quedarme con una… diría que Rey de Cristal es la que más se acerca al escritor que quiero ser, aunque Caronte siempre será “la primera vez” y eso no se olvida.
R.R.: ¿Prefieres escribir un primer borrador a mano o en tu ordenador?
A.J.: Ordenador, siempre. Me resulta más rápido, más cómodo y me
permite corregir sobre la marcha sin que el texto acabe pareciendo un mapa de
tachones. Además, escribo a un ritmo que haría sufrir a cualquier bolígrafo… y,
seamos sinceros, mi letra no está preparada para una novela entera.
R.R.: ¿Qué consejos le darías a alguien que quiere empezar a
escribir?
A.J.: Que empiece. Parece obvio, pero es el paso que más se
retrasa. No esperes a tener “la idea perfecta” o “el momento ideal”, porque no
existen. Escribe, equivócate, borra, vuelve a escribir… y repite el proceso
hasta que sientas que la historia respira. Lee mucho, de todo y de todos los
géneros, porque eso alimenta tu voz como escritor. Y, sobre todo, no tengas
miedo a mostrar lo que haces. La crítica es parte del camino, y si la sabes
encajar, te hará crecer. Ah, y una última cosa: la disciplina importa más que
la inspiración. La inspiración es caprichosa, pero la constancia es la que
acaba llenando páginas.
R.R.: ¿Qué piensas que hace a una buena historia?
A.J.: Para mí, una buena historia es la que te agarra desde el
principio y no te suelta, no solo por lo que cuenta, sino por cómo te hace
sentir. Tiene que tener personajes que importen, que no sean perfectos, que se
equivoquen y te remuevan por dentro. Una trama que avance, que sorprenda, pero
que también deje espacio para respirar y reflexionar. Y, sobre todo, verdad.
Aunque sea ficción, si el lector no siente que lo que pasa podría ocurrir de
verdad, se rompe la magia. Todo lo demás —giros, ambientación, tensión— suma,
pero sin esa verdad, la historia se queda hueca. Y si además consigues que el
lector diga “un capítulo más y me voy a dormir”… y acabe viendo amanecer,
entonces sabes que has hecho bien tu trabajo.
R.R.: ¿Qué cambios has visto en la industria editorial en los
últimos años?
A.J.: Creo que el cambio más evidente es la democratización de la
publicación. Hoy en día, gracias a plataformas como Amazon, cualquier escritor
puede poner su libro al alcance de lectores de todo el mundo sin pasar por los
filtros tradicionales. Eso abre muchas puertas, aunque también significa que
hay muchísima más oferta y es más difícil destacar. También he visto un mayor
peso de las redes sociales: ahora no basta con escribir, tienes que saber
moverte, comunicar y crear una comunidad de lectores. El boca a boca sigue
siendo poderoso, pero ahora también pasa por un tuit, un reel o una reseña en
un blog. En resumen, creo que es un momento lleno de oportunidades para quienes
estén dispuestos a trabajar duro, adaptarse… y no perder de vista lo más importante:
escribir buenas historias.
R.R.: ¿Cuál es tu opinión sobre los talleres de escritura y los
cursos de escritura creativa?
A.J.: Creo que pueden ser muy útiles, sobre todo para adquirir
técnica, descubrir herramientas narrativas y aprender a mirar tu propio texto
con ojos críticos. Además, compartir con otros escritores en formación te ayuda
a salir de tu burbuja y a ver otras formas de contar historias. Eso sí, un
curso no te convierte en escritor de la noche a la mañana. La verdadera base
está en leer mucho, escribir más y no tener miedo a equivocarte. Un taller
puede guiarte y acortar el camino, pero la voz propia solo se encuentra
escribiendo… y escribiendo mucho. En resumen: son un buen impulso, pero la
carrera la corres tú, palabra a palabra.
R.R.: ¿Qué opinas sobre el impacto de la tecnología en el mundo de
la escritura y la lectura? ¿Has usado algún tipo de software para estilo,
corrección y/o redacción? ¿Por qué?/¿Por qué no?
A.J.: La tecnología ha cambiado por completo la forma en la que
escribimos, publicamos y leemos. Hoy tenemos acceso a bibliotecas enteras desde
el móvil, podemos publicar un libro desde casa y llegar a lectores en cualquier
parte del mundo. Eso es una oportunidad enorme, pero también un reto: hay tanta
oferta que destacar requiere más esfuerzo que nunca. En cuanto a la escritura,
utilizo la tecnología como una aliada. Trabajo en ordenador, me apoyo en
procesadores de texto y herramientas de organización para las tramas y
documentación. Pero no uso programas que me “reescriban” el estilo: creo que la
voz de un autor es algo que se construye con práctica, no con algoritmos. Sí
veo útil la tecnología para correcciones ortográficas o de formato, pero la
parte creativa prefiero que siga saliendo de mí, con mis aciertos y mis
errores. Al final, creo que la tecnología debe ser una ayuda… no el que escriba
por ti.
R.R.: ¿Qué opinas sobre la autopublicación?
A.J.: Creo que la autopublicación ha abierto una puerta enorme
para quienes, como yo, tienen una historia que contar y no quieren (o no
pueden) esperar a que una editorial tradicional apueste por ellos. Te da
libertad total para decidir el contenido, el diseño, el ritmo de publicación… y
eso es muy valioso. Por supuesto, también implica más trabajo: no basta con
escribir, tienes que cuidar la edición, la corrección, la portada, la
promoción… y hacerlo bien, porque el lector nota cuando algo está hecho con
mimo. Para mí, autopublicar ha sido una forma de aprender a todos los niveles,
de estar en contacto directo con mis lectores y de comprobar que una buena
historia puede encontrar su camino sin intermediarios. Eso sí, hay que
tomárselo con la misma seriedad que si firmaras con la editorial más grande del
mundo.
R.R.: ¿Has tenido experiencia con editores y publicación con
editorial? Cuéntame qué te ha parecido esta experiencia.
A.J.: Mi experiencia principal ha sido con la autopublicación, que
me ha dado una libertad creativa enorme y me ha permitido aprender de todo el
proceso, desde la primera palabra hasta ver el libro en manos de un lector. Sí
he tenido contacto con editoriales y editores, y creo que cuando hay una buena
comunicación y un interés real en tu obra, el trabajo conjunto puede ser muy
enriquecedor. Una buena edición profesional siempre suma: te ayuda a pulir el
texto, a detectar matices que se te pueden escapar y a darle a la obra un
acabado impecable. Al final, para mí lo importante es que el libro llegue al
lector en las mejores condiciones posibles, ya sea con editorial o
autopublicado. Lo demás son caminos distintos para el mismo objetivo.
R.R.: ¿Tienes futuros proyectos literarios de los que me puedas
hablar?
A.J.: Sí, ahora mismo estoy trabajando en mi tercera novela,
Heredero de Cenizas, que volverá a poner al inspector Santana en el punto de
mira… pero esta vez de una forma mucho más personal y peligrosa. Es un thriller
psicológico con tintes de novela negra, en el que un hombre que fue acusado y
condenado por un crimen que no cometió regresa para ajustar cuentas. A lo largo
de la historia, las víctimas, la investigación y las pistas irán revelando un
pasado que Santana preferiría mantener enterrado. Es una novela en la que
exploro la venganza, la justicia y la fina línea que separa el bien del mal,
con personajes cargados de ambigüedad moral y giros que no dejarán respirar al
lector. Si Caronte y Rey de Cristal fueron intensas, esta promete subir todavía
más la tensión.
R.R.: ¿Quieres añadir alguna cosa más?
A.J.: Solo agradecerte, Raúl, que me hayas hecho un hueco en tu blog y me hayas permitido mostrar un poco más de quién soy detrás de las novelas. Creo que entrevistas como esta ayudan a que el lector no solo conozca las historias, sino también la persona que las escribe, con sus manías, sus pasiones y sus motivaciones. Ojalá quienes lean estas líneas se animen a adentrarse en el universo del inspector Santana y descubran que, más allá de los crímenes y la tensión, también hay humanidad, emociones y verdades incómodas. Gracias de nuevo por este espacio y por dejarme compartirlo con tus lectores.




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